sábado, 14 de marzo de 2015

Exclusivo para ti.

Me obsesionan los Zombies. Mucha de la gente que me conozca lo sabrá. No es que sea una paranoica de ellos, pero digamos que sí que creo que el apocalipsis más probable que vamos a sufrir sea a causa de la raza humana por experimentar con cosas que no debe.

El caso es que de vez en cuando (a veces viniendo a cuento y a veces sin venirlo), tengo sueños con estas criaturas.

Ha sido el caso de hoy.

Digamos que por mi mente luchadora, se me suele dar bastante bien y aunque no tengo buena visión, ni mucha fuerza, digamos que mi cabeza siempre se sitúa como la imprescindible del grupo, la que dirige el cotarro, no por sus habilidades a la hora de matar zombies, sino a la hora de evitar los mayores daños posibles.

El sueño ha ido por sus clásicos derroteros: gente que conocía a la que tenía que cuidar y proteger (mi familia) y mucha gente desconocida que se iba uniendo a nuestra causa. Lo típico ¿no? Quizás un poco sacado de Walking Dead.

Cuando entraban en el edificio donde estábamos, obliigándonos a salir a nosotros y a comenzar una peregrinación, lo he pasado bastante mal (verdaderamente mal, porque tengo unos sueños demasiado vívidos). No nos ha quedado más remedio que salir y dejar a todos los Caminantes ahí encerrados, evitando que cubriesen nuestra retaguardia.

Salir al aire libre y fresco en este apocalipsis es difícil, porque no te puedes permitir el lujo de parar ni un solo instante ni de descanso. Perdemos a muchos por el camino, "amigos desconocidos" de mi vida real, hasta que sólo quedamos un reducido grupo de unas 10 personas, con tres niños pequeños (de entre 10 y 15 años) a los que debemos cuidar y proteger.

Pero peor que los zombies, pero que ellos son los pocos humanos que quedan con vida. Se vuelven desconfiados. Que haya más personas implica tener menos recursos para uno mismo. Nos volvemos desconfiados, avaros, mezquinos, MALOS. Pero supongo que es la lucha por la supervivencia del más fuerte.

Por eso, creo que estamos perdidos cuando me encuentro a un grupo armado de militares, apuntándonos con sus armas, rodeándonos, impidiéndonos el paso. Cierro los ojos y espero mi muerte, junto con todas las vidas de los que allí estamos. Pero no llega.

Nos vendan los ojos y nos llevan a otro lugar, en un camión o similar, qué sé yo, porque llevo los ojos vendados. Durante el trayecto, intento dar ánimos al grupo. Saben que seguramente serán carne de cañón. Todos hemos vivido experiencias similares.

Oímos una gran verja abrir y ajetreo, mucho ajetreo. Nos bajan y nos meten en un almacén o lo que parece serlo. Nos quitan la venda y allí siguen, un montón de hombres armados, todos con uniforme militar, apuntándonos sin ningún tipo de escrúpulo, hasta a los niños.

También hay un hombre con una bata blanca (o lo que antes debía ser blanco), que mira con aire sombrío, pensativo. Está triste y cansado. O eso es lo que creo yo.

-Ahora, uno a uno iréis pasando por éste cuarto para que el doctor os examine. Si no estáis infectados, se os pasará a otra zona del acuartelamiento para decidir qué queréis hacer. Si os quedáis, se os asignará un oficio. Si decidís marcharos, os daremos una mochila con provisiones y os alejaremos en la dirección a la que decidáis ir.

¿Podría ser mayor nuestra suerte? En el sueño se me queda una sensación de paz, de tranquilidad, de haber llegado a donde debía. Cuando todos hemos pasado el control médico, nos disponen a evaluar nuestras habilidades. Los niños se quedan. Un par de nosotros quieren irse y nadie parece tener intención de impedírselo: se les devuelven sus posesiones y se preparan para marcharse. El resto nos quedamos.

Doy una vuelta por el recinto. Las verjas están reforzadas con madera. Hay torres de vigía desde donde se puede disparar a kilómetros de distancia. El centro del recito está doblemente amurallado. Nos hemos metido en una gran base. Pero sin duda, lo que más confianza me da y a la vez más me aterra, es la fila de cadáveres que permanecen en el exterior, sin retirar, mostrando el peligro y siendo un impedimento para el resto de caminantes. La madera de todo el recito está cubierta con sangre, vísceras y demás piezas que hacen camuflar la zona. ¿Estamos seguros?

No sé cuanto tiempo pasa. Me ponen en el grupo de exploración y asalto, no tanto por mi puntería y mi fuerza, sino también por lo que hemos dicho antes: mi capacidad de evitar riesgos. Nos dedicamos a rescatar a más gente, a limpiar zonas y acondicionarlas para que cuando seamos muchos, podamos dividir nuestros grupos y poco a poco reconquistar nuestra tierra. Es un trabajo difícil que sólo nos permiten hacer una vez cada dos semanas. Salimos una semana entera en la que apenas dormimos y otra la descansamos en "casa", en nuestro nuevo hogar.

Es ahí cuando entra él.

En ningún momento del sueño le he hecho caso. En ningún momento del sueño me he dado cuenta de que él faltaba, porque no tenía tiempo para darme cuenta de ello. Sin embargo, ahora que estoy despierta, recuerdo el instante preciso, el mismo instante en el que le veo bajar del camión con un canguro en el pecho, portando un bebe, dormido, con la cabeza apoyada en su pecho.

Lo reconozco, lo reconozco a pesar del pelo tan largo, de esa barba tan mal cuidada, de tanta suciedad, de ese gran corte que le atraviesa la mejilla. Lo reconozco y hecho a correr, tirando lo que sea que llevase entre las manos. Llorando de emoción, de alegría, de miedo a que sea sólo un sueño dentro de un sueño. Le abrazo y no le suelto, enterrada en el hueco entre el niño y él. No dejo de besarle. No sé cuantas cosas habrán cambiado en su vida. Ni lo sé ni me importa.

No quiero saber si sigo siendo la persona más importante de su vida o si ya ha encontrado a otra. No me importa. No me había dado cuenta de su falta, quizás porque no lo necesito para sobrevivir. Pero me doy cuenta de que sí le necesito para vivir.

Mi sueño ha sido aterrador. En varias ocasiones el corazón se me ha acelerado hasta el punto del infarto. Me perseguían, me arriesgaba, me enfrentaba a la muerte sólo por que uno más sobreviviese, me quedaba atrapada, tomaba malas decisiones, moría gente por mi culpa... Y sin embargo, el final ha sido tan reparador, tan consolador, tan conciliador con mi alma... Las lágrimas han brotado de mi como nunca, al darme cuenta de cual es la persona a la que más quiero en éste mundo.

¿Podría vivir sin ella? En el sueño ha quedado claro que sí. No soy de las personas que se rinden. Me adapto y me levanto cuando me caigo. Sin embargo, la metáfora de verle allí y querer morirme por ser el momento más feliz de mi vida,

Hay veces que las palabras no pueden cubrir los sentimientos. Éste caso es uno de esos. Me gustaría que él pudiese meterse en mi cabeza y leer la paz de ese momento. La tranquilidad y la alegría. Porque en este sueño he sentido lo que jamás en mi vida me he permitido sentir.

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