miércoles, 29 de junio de 2016

Indecisa (de 2009).

Comentario previo de la Señor Ex-Carmen(A)tada.


Para empezar, se nota que es de esos años porque todavía el WhatsApp a nuestras vidas.

También se nota por la forma de escribir (espero) que yo noto mucho menos pulida, más simple o con menos giro. No sabría cómo decirlo.

No recuerdo a quién iba este texto dedicado (o incluso si se lo llegué a dedicar a alguien), pero me resulta curioso (a la par que alarmante) el eterno bucle que es mi vida. ¿En serio? ¿Después de tantos años te ves una y otra vez en la misma situación, Señora Ex-Carmen(A)tada? ¿En serio?

Sigo en la misma encrucijada: ¿hasta dónde estoy dispuesta a llegar? Esta vez... ¿agacharé la cabeza o romperé con todo lo que tendría que ser para mi?

Indecisa.


Y verdaderamente, no sé qué hacer.

Hoy hablamos por msn, otra vez, como tantos otros días. Me encanta hablar contigo, después de todo, me escuchas y me das consejos, me animas y apoyas. En poco tiempo, te has convertido en más que un amigo.

Pero eso ha sido hoy.

Ahora, tumbada en la cama, recapacito sobre todo lo que me has dicho; pero no consigo saber, aún a estas alturas, si es cierto o es tan solo parte de un juego en el que yo no me he leído las normas.

Mañana, sé que cuando te vea por los pasillos del instituto, volveré a derretirme cuando me sonrías, o cuando alces la mano tímidamente para saludarme desde lo lejos.

También sé lo que haré yo. Me dedicaré a agachar la cabeza, o a apartarla de tu mirada, porque me da miedo el no tenerte. Porque... sí, me enteré de que tenías novia, y ahora, después de preguntarte, sé cuánto la quieres.

¿Qué voy a hacer yo? Engancharme a tu mirada, a tu sonrisa o a tu voz, como si de una droga se tratase, para que luego, me digas que no puedo tomar de ella. Esa historia ya me la contaron. Y la desintoxicación es horrible.

Lo sé. Siempre hago eso. Es el masoquismo que hay en mi interior, que me incita a soñar con cosas que están prohibidas, fuera de mi alcance, que nunca serán mías. Cosas difíciles de obtener que jamás saborearé.

Pero bueno, sé que hoy me costará dormir, porque mañana tengo que decidirme entre decirte hola o agachar la cabeza como hago siempre.

Estoy harta de llegar siempre en segundo lugar.

Pero sigo teniendo miedo al rechazo.

martes, 28 de junio de 2016

Aquella maldita Canción. Tercera parte: Explicaciones.

Alguien llamó a mi puerta una semana después de que ella se marchase. Mi vida, aún no había comenzado. Seguía estancada en los recuerdos. Cuando abrí la puerta, su padre estaba delante, como una ilusión, como un sueño o más bien una pesadilla. Ella se había ido con él. ¿Cómo podía estar su padre y no venir ella? Tenia ganas de gritarle, de pegarle y de cerrarle la puerta en las narices. Sin embargo, algo secreto me empujó a invitarle a pasar.

-No sé como decirte esto… – agachó la cabeza apesadumbrado. Parecía que las lágrimas luchaban por salir y él hacía un gran esfuerzo en contenerlas.

Le pregunté si quería algo de beber y fui a servirle una cerveza de la cocina cuando me la pidió. Cuando regresé, había un paquete del tamaño de una caja de zapatos, envuelta en uno de esos papeles marrones que reparten en correos. Llevaba su letra, arriba del todo, con un permanente negro. Su firma, su firma y esa carita que solía ponerme en todas las cartas…

Comencé a llorar. Tenía diecisiete años y por una vez, no me importó llorar delante de alguien más.

-Supongo que esta es la mejor explicación que puedo darte – se levantó y se marchó, sin siquiera abrir la cerveza, sin esperar a que me despidiese… Simplemente, cogió la puerta y se fue.

Yo caí rendido en el sofá. Me hundí en él. Atónito, dolido, esperanzado... Abrí el paquete. Efectivamente, era una caja de zapatos, era la caja de unos zapatos que le regalé para el único cumpleaños que pasé con ella. Y ahora me los devolvía. Mi llanto aumentó. ¿Qué había hecho mal? ¿Tanto había llegado a odiarme que no pudo decirme la verdad?

Quité la tapa, con enfado. Dentro, pude ver todas las cartas que le había escrito durante todo el verano: cuando se fue una semana a París con su padre, la que le escribí cuando me fui yo la semana siguiente a esquiar a los Alpes… y el resto de todas ellas. Conté trece. Al menos, ella se había quedado con una: con la primera que le escribí en la que confesaba que quería estar con ella el resto de mi vida, en la que le confesaba mi amor incondicional, en la que suplicaba que me convirtiese en príncipe después de toda una vida siendo un sapo… Al menos esa, se la había quedado.

También había un montón de fotos. Suyas, mías, de los dos juntos, la que nos hicimos comiendo con su padre  y la que nos hicimos con toda mi familia. En todas salía sonriendo, con su pelo ondeando el viento en algunas, en otras cogiéndome la mano, pero en todas sonreía.

Y debajo de todo eso, debajo de todo ese dolor de cartas y de fotos, había una cinta de vídeo. Creía que ya no podía esperar nada más de aquella chica, me daba una cinta. La inserté en el vídeo y encendí la tele. Cuando le di al play, ella inundaba la televisión, y me hablaba. Me hablaba directamente a mí.

-Hola.

Me saludó con la mano y esa espléndida sonrisa. Estaba en lo que parecía un hospital. Si, sin duda era un hospital. Ya no tenía pelo. Su cabeza estaba sin pelo y sus ojos, ya no brillaban, estaba llena de ojeras y sin embargo, me seguía pareciendo más bella que cualquier otra.

-Siento haberme ido sin ningún tipo de explicación. El Doctor Núñez me ha echado la bronca ¡No veas cómo se ha puesto! Y, después de todo, ahora creo que te debo una explicación. Ya sabes… Los mayores siempre tienen razón – puso los ojos en blanco mientras lanzaba un bufido al aire, aún con la sonrisa.

Pero, de repente, su sonrisa desapareció, como si nunca hubiese tenido una.

-Lamento no habértelo comentado. ¿Sabes que me encantaba la película de “Un paseo para recordar” y que la veíamos siempre a pesar de que a ti te pareciese una soberana estupidez? Es el momento de explicarte por qué la veía. Esa, podría haber sido perfectamente nuestra historia. Tú, eres mi Landon y yo habría querido ser por más tiempo tu Jaimie. Por si no lo entiendes aún, me estoy muriendo. Tengo una enfermedad que no se puede curar.

Y su sonrisa regresó. Ahora que ya me había dicho lo que le pasaba, volvió a ser ella. Yo no podía creer lo que estaba oyendo. Debía ser una broma para que ella no se sintiese tan culpable por haberme olvidado tan rápido.

-El Doctor Núñez ya me ha dicho que no hay remedio. Por eso he decidido hacerte esta caja y este vídeo. Al menos así, recibes una explicación razonable, aunque si la has visto, es porque ya no puedo darte yo la explicación en persona. No sabes cuanto lo siento. En fin, ¿sabes de qué me di cuenta cuando estaba viendo las fotos de nuevo? Cógelas, a ver si te das cuenta. ¡Vamos, cógelas!

Le hice caso y sujeté las ocho fotos que me había dejado dentro.

-Seguramente no te has dado cuenta porque aún sigues mirándome, pero lo mismo que lo haces ahora, si desplazas tus ojitos un poco, verás que en todas, sales clavándome esa mirada llena de amor. No hay ni una sola, en la que te fijes en el objetivo.

Vi como una lágrima, lentamente resbalaba sobre su rostro, aún sonriente. ¿Cómo podría haber apartado la mirada de ella? Y más cuando sabía que para la foto iba a sonreír.

-Y me gustaría darte una última explicación. No sé si te habrás dado cuenta, pero falta una carta. La primera que me escribiste. Me la he guardado conmigo.

La agitó sobre la cámara para demostrarme que aún la tenía.

-Y se quedará conmigo para siempre, porque he pedido que me incineren con ella. Espero que no te importe, pero prefiero tener un pedazo de ti tan bonito como este descansando junto a mí para siempre.

Hubo un silencio enorme, en el que comenzó a llorar ya sin consuelo.

-¿Sabes? Es la tercera vez que grabamos la cinta y es porque siempre me pongo a llorar en esta parte. Pero ya he desistido de repetirla. Estoy cansada de decirte lo mismo como si en vez de sentirlo, sólo estuviese leyendo un papel. Recuerda esto último: yo te estaré viendo desde arriba y como no te olvides de mí y hagas tu vida como si no me conocieses, bajaré solo para darte una colleja y hacer que entres en razón. Lo cierto es que no quiero que recuerdes eso. Lo que quería decirte, es que te quiero y siempre te querré. Lo bueno de todo esto es que nuestro amor siempre será eterno, ¿no?


Me mandó un beso con la mano y la cinta se acabó. Al menos ahora sabía que ella me quería y que lo único que había pretendido era no hacerme daño. No pude hacer otra cosa que sonreír durante el resto del día. No iba a olvidarle jamás, pero también sabía ahora, que ella no regresaría nunca para darme esa colleja que bien dispuesto estaba a recibir con tal de estar cerca de ella.

lunes, 27 de junio de 2016

Aquella maldita canción. Segunda parte: Ella.

Nunca había imaginado que esto pudiese pasarme a mi. Una historia de amor tan bonita. Es increíble que me haya tenido que tocar a mí precisamente, como si hubiera habido un sorteo secreto en el que ni siquiera he comprado el boleto. ¿No podría sucederle a otra?

Pero no existen finales felices para los que no son actores. Para aquellos que quedan fuera del escenario, no hay más que lágrimas y luchas constantes por algo que, antes o después, desaparecerá. Un final tan amargo... Como aquellos que pueden leerse en los grandes dramas clásicos de la literatura. Acabo de comprobar que es posible.

"-Tengo que irme. A mi padre lo trasladan a otro lugar y he de ir con él".

Mentí. No había cambiado de trabajo, pero no podía decirle lo que realmente estaba sucediendo. Tenía que creer que iba a seguir viva. No podía hacer que él sufriese de aquella manera tan terrible. La posibilidad de soñar que yo estría lejos era mucho más esperanzadora que la de que jamás volvería a verme.

Después de todo, le quiero demasiado.

"-¿No puedes quedarte?".

Noté como una lágrima se abría paso por mi rostro. Era la pregunta que tantas veces había deseado que me hiciera y que a la vez jamás pronunciase. Eran las palabras que había soñado, que harían que todo cambiase, que me quedase y viviese feliz. Como en esas películas que digo. Que él me agarrase y no me dejase escapar jamás, incluso haciéndome daño al agarrarme, si era necesario, sólo para que no desapareciese de su lado.

Pero no podía quedarme con él. Debía irme lo antes posible, después de todo, no quería que él tuviese que morir, o que me viese sufrir. No quería que esa fuese la última imagen que le quedase de mí. Quería que me recordase tal como estaba antes de llegar aquí.

Suspiré. Claro que no podía quedarme.

"-Soy lo único que le queda".

Y dentro de poco, ni siquiera le va a quedar eso. ¿Me equivoco?

"-Y tú eres lo único que tengo".

Quizás hubiese sido mejor decírselo todo, explicárselo y que él me hubiese hecho feliz el poco tiempo que nos hubiera quedado a los dos juntos. Quizás hubiese sido mejor dejarse acurrucar cuando ya nada más se hubiese podido hacer. Pero eso sólo sucede en las grandes películas de amor, como la de “Un paseo para recordar”, donde él es capaz de hacer cualquier cosa por ella.

Pero no. Debía encontrar una cura, algo que me hubiese podido devolver a su vida. Una mínima esperanza había anidado en mi pecho, pero no hubiese podido permitirme el lujo de hacer sufrir al ser que más quiero en este mundo, porque cuando las esperanzas se rompen, el corazón se parte con ellas. No. Yo no soy la protagonista de una de esas historias, ni él es el caballero que puede conseguir que todo cambie cuando mata al dragón. El dragón que me custodia, es invencible.

Lloraba ya desconsolada, viendo el proceso acelerado y sintiéndome morir en aquel mismo instante en el que él me besó por última vez. Fue un adiós hermoso, lo reconozco. Lo único que lamento es que fuese precisamente un adiós. Un hasta luego habría estado muchísimo mejor.

Si el sol pudiese llorar, seguro que lo habría hecho, perdón por la metáfora, pero creo que puedo permitirme éste tipo de licencias. Después de todo, formamos una imagen conmovedora. Ahí, tumbados en la cama de lo que fue mi habitación, abrazados, besándonos como si realmente no fuese a alejarme de él, como si intentase meterme dentro de su piel para que no pudiese marcharme. Recuerdo el sudor que perlaba su frente, una mezcla de nervios y dolor por saber lo que vendría luego. Sin duda, el sol hubiese llorado, quizás de celos, quizás de dolor, o simplemente de compresión. Le amo y por eso, ahora mismo estoy aquí.

Mi vida ya se ha terminado, está claro que no voy a durar mucho más aquí. Pero espero que él sea capaz de seguir, que llegue a casa y tenga a alguien que le quiera y que no le deje pasar frío en invierno, alguien que le acaricie cuando esté triste y alguien que sepa hacerle reír, o al menos, sonreír. Yo le hacía reír mucho ¿sabe? Me encanta su sonrisa. Y sin embargo, la última vez que lo vi, creía que moriría conmigo. Le he hecho mucho daño, pero no era mi intención. De cualquier otro modo, el daño habría sido mayor.

Después de todo, usted mejor que nadie, sabe que lo he intentado todo.


MEDIA HORA ANTES.

-¿Voy a morirme, doctor?

-Me temo que sí. Ya no podemos hacer nada más. Podemos intentar una operación… pero no servirá de nada.

-Bueno. Me hubiese  gustado verle una vez más.

-¿A quién?

-A él, por supuesto. Es una historia muy larga.


-Tranquila. Tengo algo de tiempo.

jueves, 9 de junio de 2016

Aquella maldita Canción. Primera parte: Él.

Me encontraba rodeado de gente que todavía no me había dado tiempo a conocer. Supongo que eso es lo que suele pasar cuando tu nuevo jefe, te invita a una fiesta de trabajo a pesar de que ni siquiera has completado la primera semana. No sé ni siquiera por qué se le ocurrió invitarme personalmente. Supongo que es un tema de esos de "empresa familiar".

Igual es uno de esos jefes que luego presumen delante de otros empresarios sobre que toda su plantilla está en marcación rápida de su teléfono.

Nada más entrar, lo primero que hicieron, fue entregarme una copa de lo que parecía un margarita, con su aceituna y su sombrillita azul incluidas. La acepté, de todas formas, no iba a venirme mal para quitarme esa vergüenza del primer contacto.

Lo siguiente, sólo fueron saludos y felicitaciones por parte de mis nuevos compañeros por haber entrado en tan fantástico empleo como es el de la publicidad. Pero conforme iban pasando los minutos, yo me sentía más desencajado, cada vez pintaba menos, como en esas fiestas en las que lo único que puedes hacer es observar cómo compañeros de toda la vida disfrutan, mientras tú, amargado, te sientas en el sofá a terminarte tu copa, como cuando en una fiesta de instituto invitan al marginado para meterse con él y por un golpe de suerte, se olvidan de que existe. En el fondo, no debería despreciar mi suerte.

La gente se desmadraba, los hombres se aflojaban las corbatas y se desabrochaban los primeros botones de la camisa y las mujeres se descalzaban y comenzaban a insinuarse a los guapos y solteros. Y yo, era el nuevo que no podía hacer nada de eso, aparte de sonreír cuando me tendían una nueva copa y agradecer el gesto de “haberse acordado de mí, sin meterse conmigo”.

Aburrido, me levanté de aquel sofá de cuero y me puse a explorar cada habitación, buscando una liberación de aquel lugar que a mí me parecía tan terrible y que sin embargo, parecía ser el mejor lugar del mundo en el que uno pudiera estar.

Quería hacer algo, daba igual: interesante o no. Sólo quería ocupar mi mente en algo. No lo encontré, pero decidí quedarme sentado en una de esas habitaciones, a la espera de que pasase la fiesta… o de que el alcohol que ya me había tomado, hiciese su efecto, pudiese desembarazarme de la apatía y liarla tanto como el que más, esperando que al día siguiente no tuviese un mote ridículo en la oficina.

Ninguna de las dos pasó cuando aquella canción me trasportó, alejándome del bullicio de la fiesta, que aún a través de la puerta cerrada, alcanzaba a oírse.


Sabía perfectamente qué canción era: “Can’t smile without you” de Barry Manilow. Es una de esas canciones románticas que pocas veces suelen gustarme. Pero aquella, era especial, aquella tenía un significado distinto que hacía que resultase más especial que las demás, la única especial.

Por esa canción, volví a recordar la primera vez que la vi, con su pelo rojo y sus ojos verdes, la primera vez que oí su voz, delicada al pedirme disculpas cuando se chocó conmigo en medio del pasillo del instituto, el olor de aquel perfume que alguien le había regalado, la primera vez que la besé en aquella fiesta de fin de curso, con esa misma canción de fondo, con esos pasos de baile entrecortados por la timidez. La primera vez de toda nuestra historia.

Y como esos eslabones de una cadena que siempre aprieta más fuerte de lo que te gustaría, también tuve que recordar la última vez que nos vimos, la tarde más amarga que jamás creí que viviría.

“-Tengo que irme. A mi padre le trasladan a otro lugar y he de ir con él.
-¿No puedes quedarte?
-Soy lo único que le queda.
-Y tú eres lo único que tengo.”

Recordé sus amargas lágrimas mientras el pelo, mecido por el viento que llegaba a entrar de nuevo por la ventana, iba tapándole la cara. Recordé mis súplicas en vano, mis lamentables súplicas que de nada sirvieron. La decisión estaba tomada y con ello, sólo conseguimos sufrir más que con un simple adiós. Si yo le hubiese dicho “no te quiero tanto”. Si me hubiera convencido de ello… Pero era imposible.

Recordé cómo la besé como si no fuese a alejarse de mí, sino que realmente fuese a morirse ahí mismo, en mis brazos si yo no le daba mi oxígeno. Con nuestras lenguas cruzadas en un mudo deseo que ninguno de los dos se atrevió a decir, con aquellos sentimientos inevitables. Era todo lo que tenía en mi mente, en mi vida.

Recordé el suave contacto de su piel conforme la iba desnudando, en su silencio, en sus suspiros, admiré su cuerpo por primera y última vez, deseando que no se cumpliese lo que precisamente, terminó cumpliéndose. Recordé sus caricias sobre mi también desnuda piel, sus palabras de amor, cómo pronunciaba mi nombre una y otra vez y cómo sus ojos me llamaban amor, sus fieles promesas… Un amor eterno, incondicional, sincero. Infinito.

Recordé ese trágico día. El más feliz de mi vida y por el único que ahora mismo, desearía estar muerto. Haber quedado allí con ella para siempre, abrazados.

Aún cuando la canción terminó, aún cuando la fiesta finalizó, las imágenes seguían persiguiéndome, acosándome en la oscuridad o en la luz, indiferentes al terreno de las pesadillas, al de la realidad. Seguía recordando su nombre, su olor, sus brillantes ojos, su dulce voz, su forma de acariciarme, cómo me hizo sentir… un niño y un hombre al mismo tiempo.

Cuando por fin llegué a casa, mi esposa se encontraba esperándome, despierta, a pesar del sueño que tenía, a pesar de que yo le había dicho todo lo contrario, ella había permanecido despierta hasta ahora, con una gran sonrisa en los labios de ternura y cariño, sólo para acompañarme hasta la cama en la que los dos caeríamos rendidos antes de poder hacer nada, antes incluso, de poder intercambiar un beso o una palabra.

Al verme entrar por la puerta, me abrazó con cariño. La quería y era feliz con ella, junto a ella y junto a mis hijos: mi familia, pero… nunca, desde aquella tarde, desde aquel último día que ya quedaba demasiado lejos, me he dormido sin pensar en el rostro de la única mujer a la que le entregué mi corazón y a la única que amaré con todo mí ser.

Y siempre, en el sopor de la noche, el último recuerdo, es para ella. Cuando mi mente fatigada desea rendirse al sueño… es siempre ella.

“Adiós. Siempre te amaré.”

Y me despido de su rostro una noche más, sabiendo que la noche siguiente, volveremos a encontrarnos en lo que deben ser tan solo recuerdos.

miércoles, 1 de junio de 2016

Te lo mereces (de 2009)

Comentario previo de la Señora Ex-Carmen(A)tada.


La verdad es que siempre me he sentido muy culpable por todo. Creo que soy una de esas personas que actúa y luego piensa (antes más). Siempre me he intentado justificar en que "no te preocupes, yo acepto las consecuencias". Y con el paso del tiempo, me lo he repetido tantas vece que casi suena real.

No, en parte es cierto. Con los años he aprendido a ser más lista. Sin embargo, estas cosas siguen pesando a mis espaldas. No sé el momento exacto en el que escribí esto, ni a las personas a las que iban dirigidas mis "disculpas", pero puedo imaginarme la situación a la perfección, básicamente porque es la de siempre.

Qué le vamos a hacer. Seguiré pidiendo disculpas e intentaré prometerme a mí misma, que la próxima vez me lo pensaré u poco mejor. Aunque, una vez más, el resultado sea el mismo.


Te lo mereces.


Cuando creas que todo va bien... No te preocupes, seguro que te has olvidado de algo importante.

Cuando las heridas de tus rodillas ya hayan cicatrizado desde la última caída... No te preocupes, volverás a caer al suelo y te levantarás la piel.

Cuando pienses que hay una persona en tu vida que de verdad te aprecia... No te preocupes, llegará el momento en el que te clave el puñal por la espalda, justo en el lugar en el que él sabía que no podrías arrancarlo jamás.

Cuando sientas que tu corazón late de felicidad... No te preocupes, volverá a latir esa sangre negra de nuevo.

Pues, al parecer, la humanidad es demasiado celosa, estúpida, egoísta e ingenua como para entender, como para respetar tu felicidad. Y ya se sabe lo que dicen: nunca nada dura eternamente.

No entienden que te guste vivir sin preocupaciones, porque están celosos de eso que tú tienes: la tranquilidad de creer que todo va bien. Ingenua...

No entienden que necesitas siempre el apoyo continuo de alguien para poder considerarte tú misma como persona, pensando que de otro modo, sería fallar a los demás y quedando congelada ante la infinidad de posibilidades que te invaden.

No entienden que las palabras no equivalen a las acciones, pero que las acciones tampoco equivalen a los sentimientos, ni piensan en que necesites algo oculto tras una gran máscara, para, a pesar de necesitar siempre el apoyo de una persona, seguir siendo tú misma sin perderte demasiado por el camino y los consejos.

No entienden que necesitas el latido de un corazón brillante para apartar el muro negro que envuelve el tuyo (de aquel puñal que una vez te clavaron en la espalda).

Pero quizás tú no entiendes que juegas con la gente. No entiendes que ellos también sufren por tu culpa. No entiendes que ellos también llevan su propio puñal en la espalda (y que puede que hayas sido tú quien se lo ha clavado). No entiendes que ellos te necesitaban y que les has ofrecido demasiadas esperanzas que luego, cruelmente, les arrebataste.

Por eso, no mereces estar así. Deberías estar peor. El castigo que se te inflige es magnánimo en comparación. Pues no juegas con muñecos, juegas con personas y te mereces todo aquello que griten sus labios destrozados y todo lo que sus extremidades doloridas te golpeen. Te mereces todas esas caídas al suelo, por cada una de las que le has procurado a todos tus juguetes... que no son más que personas. Por eso te mereces ese sufrimiento, para que tu corazón, tu cuerpo y tu mente, sientan esa traición que procuraste a tus juguetes... que te creían su princesa.

Por eso, te mereces mis malas palabras, que te destruirán tan lentamente. Pues tú, con tus acciones, has destrozado todos esos sueños que una vez susurraste al oído de alguien ingenuo que jamás recuperará las ganas de cerrar los ojos para imagina lo que con tanto "amor" le prometieron.

Así es como deben ser las cosas. Pues eso es lo único que te mereces. Tan sólo eso es lo que te mereces.

-Es cierto. Es lo único que me merezco.