martes, 28 de junio de 2016

Aquella maldita Canción. Tercera parte: Explicaciones.

Alguien llamó a mi puerta una semana después de que ella se marchase. Mi vida, aún no había comenzado. Seguía estancada en los recuerdos. Cuando abrí la puerta, su padre estaba delante, como una ilusión, como un sueño o más bien una pesadilla. Ella se había ido con él. ¿Cómo podía estar su padre y no venir ella? Tenia ganas de gritarle, de pegarle y de cerrarle la puerta en las narices. Sin embargo, algo secreto me empujó a invitarle a pasar.

-No sé como decirte esto… – agachó la cabeza apesadumbrado. Parecía que las lágrimas luchaban por salir y él hacía un gran esfuerzo en contenerlas.

Le pregunté si quería algo de beber y fui a servirle una cerveza de la cocina cuando me la pidió. Cuando regresé, había un paquete del tamaño de una caja de zapatos, envuelta en uno de esos papeles marrones que reparten en correos. Llevaba su letra, arriba del todo, con un permanente negro. Su firma, su firma y esa carita que solía ponerme en todas las cartas…

Comencé a llorar. Tenía diecisiete años y por una vez, no me importó llorar delante de alguien más.

-Supongo que esta es la mejor explicación que puedo darte – se levantó y se marchó, sin siquiera abrir la cerveza, sin esperar a que me despidiese… Simplemente, cogió la puerta y se fue.

Yo caí rendido en el sofá. Me hundí en él. Atónito, dolido, esperanzado... Abrí el paquete. Efectivamente, era una caja de zapatos, era la caja de unos zapatos que le regalé para el único cumpleaños que pasé con ella. Y ahora me los devolvía. Mi llanto aumentó. ¿Qué había hecho mal? ¿Tanto había llegado a odiarme que no pudo decirme la verdad?

Quité la tapa, con enfado. Dentro, pude ver todas las cartas que le había escrito durante todo el verano: cuando se fue una semana a París con su padre, la que le escribí cuando me fui yo la semana siguiente a esquiar a los Alpes… y el resto de todas ellas. Conté trece. Al menos, ella se había quedado con una: con la primera que le escribí en la que confesaba que quería estar con ella el resto de mi vida, en la que le confesaba mi amor incondicional, en la que suplicaba que me convirtiese en príncipe después de toda una vida siendo un sapo… Al menos esa, se la había quedado.

También había un montón de fotos. Suyas, mías, de los dos juntos, la que nos hicimos comiendo con su padre  y la que nos hicimos con toda mi familia. En todas salía sonriendo, con su pelo ondeando el viento en algunas, en otras cogiéndome la mano, pero en todas sonreía.

Y debajo de todo eso, debajo de todo ese dolor de cartas y de fotos, había una cinta de vídeo. Creía que ya no podía esperar nada más de aquella chica, me daba una cinta. La inserté en el vídeo y encendí la tele. Cuando le di al play, ella inundaba la televisión, y me hablaba. Me hablaba directamente a mí.

-Hola.

Me saludó con la mano y esa espléndida sonrisa. Estaba en lo que parecía un hospital. Si, sin duda era un hospital. Ya no tenía pelo. Su cabeza estaba sin pelo y sus ojos, ya no brillaban, estaba llena de ojeras y sin embargo, me seguía pareciendo más bella que cualquier otra.

-Siento haberme ido sin ningún tipo de explicación. El Doctor Núñez me ha echado la bronca ¡No veas cómo se ha puesto! Y, después de todo, ahora creo que te debo una explicación. Ya sabes… Los mayores siempre tienen razón – puso los ojos en blanco mientras lanzaba un bufido al aire, aún con la sonrisa.

Pero, de repente, su sonrisa desapareció, como si nunca hubiese tenido una.

-Lamento no habértelo comentado. ¿Sabes que me encantaba la película de “Un paseo para recordar” y que la veíamos siempre a pesar de que a ti te pareciese una soberana estupidez? Es el momento de explicarte por qué la veía. Esa, podría haber sido perfectamente nuestra historia. Tú, eres mi Landon y yo habría querido ser por más tiempo tu Jaimie. Por si no lo entiendes aún, me estoy muriendo. Tengo una enfermedad que no se puede curar.

Y su sonrisa regresó. Ahora que ya me había dicho lo que le pasaba, volvió a ser ella. Yo no podía creer lo que estaba oyendo. Debía ser una broma para que ella no se sintiese tan culpable por haberme olvidado tan rápido.

-El Doctor Núñez ya me ha dicho que no hay remedio. Por eso he decidido hacerte esta caja y este vídeo. Al menos así, recibes una explicación razonable, aunque si la has visto, es porque ya no puedo darte yo la explicación en persona. No sabes cuanto lo siento. En fin, ¿sabes de qué me di cuenta cuando estaba viendo las fotos de nuevo? Cógelas, a ver si te das cuenta. ¡Vamos, cógelas!

Le hice caso y sujeté las ocho fotos que me había dejado dentro.

-Seguramente no te has dado cuenta porque aún sigues mirándome, pero lo mismo que lo haces ahora, si desplazas tus ojitos un poco, verás que en todas, sales clavándome esa mirada llena de amor. No hay ni una sola, en la que te fijes en el objetivo.

Vi como una lágrima, lentamente resbalaba sobre su rostro, aún sonriente. ¿Cómo podría haber apartado la mirada de ella? Y más cuando sabía que para la foto iba a sonreír.

-Y me gustaría darte una última explicación. No sé si te habrás dado cuenta, pero falta una carta. La primera que me escribiste. Me la he guardado conmigo.

La agitó sobre la cámara para demostrarme que aún la tenía.

-Y se quedará conmigo para siempre, porque he pedido que me incineren con ella. Espero que no te importe, pero prefiero tener un pedazo de ti tan bonito como este descansando junto a mí para siempre.

Hubo un silencio enorme, en el que comenzó a llorar ya sin consuelo.

-¿Sabes? Es la tercera vez que grabamos la cinta y es porque siempre me pongo a llorar en esta parte. Pero ya he desistido de repetirla. Estoy cansada de decirte lo mismo como si en vez de sentirlo, sólo estuviese leyendo un papel. Recuerda esto último: yo te estaré viendo desde arriba y como no te olvides de mí y hagas tu vida como si no me conocieses, bajaré solo para darte una colleja y hacer que entres en razón. Lo cierto es que no quiero que recuerdes eso. Lo que quería decirte, es que te quiero y siempre te querré. Lo bueno de todo esto es que nuestro amor siempre será eterno, ¿no?


Me mandó un beso con la mano y la cinta se acabó. Al menos ahora sabía que ella me quería y que lo único que había pretendido era no hacerme daño. No pude hacer otra cosa que sonreír durante el resto del día. No iba a olvidarle jamás, pero también sabía ahora, que ella no regresaría nunca para darme esa colleja que bien dispuesto estaba a recibir con tal de estar cerca de ella.

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