sábado, 27 de agosto de 2016

Traicionada (de 2010)

Comentario previo de la Señora Ex-Carmen(A)tada.

Recuerdo que esta "micro" historia la escribí para una novela que tengo empezada desde los 12 años. Recuerdo perfectamente que al terminar de leerla dije "estoy hecha toda una artista" y la colgué en mi antiguo blog.

Hoy en día le encuentro muchos fallos y la historia que comencé hace tanto tiempo ya no tiene prácticamente nada que ver con lo que es hoy, pero aún así, esta historia no deja de gustarme menos.

Aún más curioso encuentro esto ahora, cuando encuentro una metáfora de mi vida en lo que escribo (mientras que en aquellos años ni siquiera se me habría pasado algo tan bien disimulado).

Y la buena noticia es que a penas ha sufrido modificaciones al trascribirla.

Puede que algún día la leáis en alguno de mis libros.


Traicionada.

Recibí aquel mensaje a las tantas de la noche. Rara vez dormía al preludio de una batalla, pero eso no implicaba que se me pudiese estorbar por tonterías. Quizás precisamente por eso mismo, el soldado que trajo la carta sudó mucho antes de hacerlo. Creo que incluso estuvo parado frente a la puerta de la tienda antes de hacer lo que se le había ordenado.

Él había regresado.

Amor, odio, pasión, celos... ¿Cómo puedo describir lo que sentía hace unas horas si ni siquiera estoy segura ahora, después de todo? El efecto que siempre me ha hecho despertar.

Sin duda sentía amor por él, hacia él. Por fin volvía a estar conmigo tras mucho tiempo separados... Le amaba y le amaba sólo a él, deseando, soñando a cada momento con tenerle otra vez a mi lado. Cerré los ojos, recordando el vacío que había en mi pecho desde su marcha. Cerré los ojos, desando que todo hubiese sido un sueño y que él no volviese a mi. No otra vez. No para marcharse de nuevo.

Pero el odio, que como un veneno se extendía sobre mi piel, tan a menudo que ya casi no encontraba la diferencia entre mi estado y la ponzoña, no tardó en surgir desde mi interior, gritando algo que yo creía justicia.

Recordé la traición que le había empujado a separarse de mi; aquel abandono sufrido que me había arrancado el poco alma que podría quedarme. Yo le entregaba el mundo y él decidió salvar a los débiles, como si ellos se hubieran preocupado de nosotros cuando la balanza se encontraba en el otro lado. Quise convertirle en el Rey de nuestro Imperio y él decidió abandonarme por la plebe. Por una plebe que le escupirá en la cara en cuanto vuelva a tener poder; por unos seres más ruines de lo que yo jamás podré ser a pesar de todo lo que cargo a mis espaldas.

Nada más recordarlo, apreté los dientes para no gritar de dolor, de ira, de frustración, de abandono. Apreté los puños, preparándolos para descargarlos sobre cualquier cosa que me disgustase... aunque fuese la misma Diosa de la Guerra la que entrase por las cortinas de mi tienda, no sobreviviría. La decisión estaba tomada. Nunca una vez más volvería a hacerme eso.

Pero no fue Ella la que sació mi apetito de venganza. Ni ninguna otra figura pudo hacerlo. A pesar de todo lo que hubiese deseado, tuvo que entrar él. Tubo que llegar él. Y volví a abrir los puños y a recuperar la calma. Había llegado mi veneno y su antídoto, concentrado en un mismo frasco.

Me obligué a tranquilizarme. Respiré hondo, contando las pulsaciones de mi corazón agitado, hasta que las frené: uno, dos, tres, cuatro... Sentí que mis dientes ya no podían estar apretados, mi mandíbula dejaba de estar tensa. Se me escapaba la ira, la fuerza.

Intenté sonreír a mi amor, frente a mi, pero sólo conseguí una burda mueca... que nada se asemejaba a lo que pretendía, a aquel gesto que algún día tiempo atrás le enamoró.

Ahora que estaba más relajada, pude sentir otra cosa más... pasión. Pasión por mi corazón, devuelto a su pecho, recordando todas las noches juntos, todos los besos, las caricias, todos los abrazos, las sábanas, los rincones... Un escalofrío recorrió mi espina dorsal al imaginarme balanceándome de nuevo sobre su pecho desnudo y danzando como lobos en invierno, deseosos de algo de calor.

Pero a pesar de todos esos recuerdos, que se camuflaron en un temblor tenue de mis piernas, sentí algo, de nuevo más oscuro, un sentimiento más cruel y traicionero. Sentí otro tipo de pasión muy distinta, porque pude ver en los ojos de mi amor lo que yo, mi cuerpo y mi espíritu, podían despertar en él. Me sentí poderosa, increíblemente poderosa. Era la única en el mundo capaz de doblegar al hombre que ante mi se hallaba. Era la única que podía arrancarle el corazón a mordiscos sin levantar el más mínimo aullido en contra. Era dueña de su alma y eso me provocaba un placer inmenso.

Y ahora quizás sí conseguí mostrar una sonrisa de suficiencia.

Él se acercó a mi, lentamente. Su pecho medio desnudo, cubierto con un fino chaleco, preparado para el calor del desierto. Levantó llagas que creía cicatrizadas. Alargué mis manos hacia él. Quería tocarle, sujetarle entre mis brazos y no volver a soltarle. Olvidar las peleas, la guerra, las diferencias. No quería que me abandonase de nuevo, porque siempre que venía, traía consigo mi corazón y mi alma. La basta arena del desierto que era mi tienda se me tornó fría comparada con la temperatura que estaba alcanzando mi pecho, sólo de imaginarlo más cerca. Un paso más cerca. Un paso más.

Llegó. Al fin llegó frente a mi. Le cogí delicadamente del cuello, rodeandole con mis brazos, colgada de ese modo que tan familiar me parecía y que hacía tanto tiempo atrás. Sentí como sus manos me agarraban la cintura. Y así, nos fundimos en un abrazo eterno que me hubiera gustado que durase una eternidad más.

Nuestros pulsos se aceleraron, encontrándose juntos en un conflicto; mi corazón comenzó a correr desbocado hacia ninguna parte, mientras escuchaba los latidos del suyo, tan hermoso. Nada comparado con el mío, corrompido hacía ya mucho por las ansias de poder. Su corazón, tan rítmico, acunandome en su bella canción, arropándome en su calor. Lo había olvidado todo.

Pensaba que cuando le viese, le arrancaría el corazón con mis propias manos sin titubear ni un instante. Por el contrario, y sin haberlo previsto, ahí estaba yo, abrazándole con ansias y con amor, con pasión, deseando que me poseyera, una vez más entre tantas otras noches, con el rugido de las tormentas de arena amenazando fuera. Lo había olvidado todo. Había olvidado lo que era sentir amor por alguien, hasta desear estar muerta.

-Te he echado de menos - le dije en un susurro que sólo él podría haber oído; un pensamiento en voz alta, disparado por el olor de su piel... a fuego, a arena, a calor...

Todo parecía haberse detenido. El Dios del Tiempo parecía haber oído mi súplica y había decidido concedernos un tiempo extra antes del amanecer. Concederme una pequeña eternidad más.

No obtuve respuesta a aquel susurro, por lo menos, no la que yo esperaba.

Me soltó la cintura con suavidad, como si yo fuera lo más delicado del mundo y al dejarme libre, temiese que me rompiera. Lo hizo acariciándome la piel, que dejó carcas de fuego por donde él la rozó, quemándome bajo los huesos. Comenzó a subir, empezando por mis manos. Llegó hasta mi cuello y sus manos se enredaron en mi pelo. Inclinó la cabeza hacia mí, apretó sus cálidos labios contra los míos en un movimiento lento, tranquilo y electrizante.

Me rendí ante el deseo. Como si todavía no fuera suya. Quería que se inclinase otra vez sobre mi e intenté moverlo hacia la cama, donde tantas otras noches nos habíamos rendido el uno al otro. Pero algo en él no quería hacerlo. Algo en él, no se movió.

No eran buenas noticias lo que me transmitían aquellos movimientos de sus dulces labios, y lo comprendía cuando ya era demasiado tarde. Sabían a despedida, sabían al entrego de todo su amor, a tristeza y sobre todo, sobre todo sabían a traición. Noté cómo una de sus manos se desprendía de mi cuello, pero no me importó demasiado. Por fin estaba con él y no me importaba el resultado. Estaba cansada de luchar. ¿Qué otra cosa podría haber merecido más mi atención que su figura, que su rendición? Aunque supiera tanto a traición.

Aunque claro, en aquel momento tenía la mente nublada, estaba demasiado distraída como para saber por qué lo había hecho. En realidad lo tenía todo planeado. Tenía una estrategia y yo formaba parte tan sólo de un plan. Del plan que ellos habían trazado para él.

Lo comprendí desde el principio, pero quise creer que era una de esas miradas de siempre, que nos conducirían a abandonarnos de nuevo. Sin embargo, el atisbo real llegó demasiado tarde, cuando el frío metal había atravesado ya mi corazón, haciendo crujir las costillas. Su mano se encontraba fija en el puñal y sus labios aún besándome, tan cálidamente, como si no hubiera pasado nada en aquel triste momento.

Caí rendida a sus pies, sobre la arena, manchándola con mi sangre. Me rendí ante sus brazos, con los ojos muy abiertos, pero sin querer despegarme de él. La negrura empezaba a inundarme... perdía cada uno de mis sentidos. Poco a poco, al igual que mi sangre iba abandonado en interior de mi cuerpo, yo desaparecía. Y recuerdo que lo único de lo que podía preocuparme, era de no separarme de él.

-Te quiero - pude oír la voz que salía de sus labios. ¿Por qué había dejado de besarme? Una voz vacía, triste y sin esperanza.

Notaba como sus brazos me estrechaban entre su pecho y sus lágrimas resbalaban desde sus mejillas hasta mi cara. Cada vez menos consciente de todo y ensombreciendo mi mente con un plan que conforme pasaba el tiempo entendía menos y que sin embargo, en algún momento vi lógico.Sólo era consciente ya de sus brazos, que me acunaban en un dulce compás, de su pecho sollozando y de aquellas dos palabras que aún ronroneaban en mi oído como un bálsamo de paz.

Y eso fue lo último que oí antes de desaparecer en la eterna negrura, contemplando su rostro cálido por última vez. El rostro de mis sueños.

Me había traicionado por última vez. La primera me abandonó para luchar contra el ejército que habíamos levantado juntos. La segunda fue para parar lo que un día, él me hizo sentir de nuevo. Mi corazón.

Me alegra saber que ese último gesto, acabaría con él para siempre. Un puñal que nos mató a los dos. Y creo que ese consuelo, me hizo sonreír. Yo también le había matado a él.

martes, 16 de agosto de 2016

El mayor error de tu vida (de 2010)

Comentario previo de la señora Ex-Carmen(A)tada.

Diré que ha sido modificada (bastante) para adaptarla a los días que corren.

Una vez más, me sorprende lo que se puede repetir el pasado.

Y me doy cuenta de lo inocente que era entonces, cuando unos sentimientos se olvidaban en dos meses.

El mayor error de tu vida.

Cuando parece que ya no estás.

Cuando parece que ya no duele.

Cuando parece que ya todo ha vuelto a la normalidad y que ya puedo mirar a las estrellas sin llorar, apareces, de nuevo. Porque te busco. Porque intentas recordarme.

Vueles a irrumpir inevitablemente, sin llamar a la puerta, pidiendo disculpas por el ruido. Y lo peor de todo es que lo estaba esperando. Lo peor de todo, es que lo deseaba todos los días, deseaba algo así. Una carta, una palabra... "Te quiero guapa; no te mereces esto".

Pero debo elegir. Y no puedo, mi amor. No puedo elegirte a ti porque no estás tan cerca de mí como él (porque ni siquiera estás), ni puedo elegirle a él, porque simplemente, él no es tú, porque no es al que amo realmente (porque él lo sabe y me aleja).

Pero él me quiere, mi amor. Me quiere a su modo. Se arrepiente y le duele. O eso me esfuerzo en creer, en mi mundo de fantasía (que siempre fue más cómodo que la realidad). Y tu también ¿no, mi amor? Al menos hace algún tiempo lo juraste. Hace lo que parece siglos. Y yo te quiero tanto...

¿Dejo que pase el tiempo y que si, maldito de él, no me hace olvidar que al menos ya no duela? Que respirar no sea ese puñal en el pecho. Pero mi amor, es tan difícil mirar a las estrellas sin recordarte... es tan difícil pasar una noche sin pensar en ti... y me gustaba mirar las estrellas.

¿Estaría mal, mi amor, intentar enamorarme de él? Perderme como me perdí contigo, aunque luego me dé la espalda, aunque luego finja que no me conoce, aunque luego no le importe herirme por miedo a no ser herido primero

¿Estaría mal olvidarte siendo que me quieres o que quizás un día me quisiste? Que tantas promesas se olviden, sin una justificación razonable: sólo orgullo.

¿Para quién es más injusta la vida si yo permanezco dividida en dos, mi amor? ¿Quién de nosotros tres se aprovecharía más? ¿Quién de los tres sufriría más en silencio?

No puedo mantenerme en una ilusión, no puedo permanecer esperando hasta que llegue el día en el que nos encontremos, en el que podamos cumplir nuestro sueño, o el que un día fue el nuestro. No puedo permanecer en una ilusión ¿Pero debo hacerlo, mi amor? ¿Por mi? ¿Por ti? ¿Por él? ¿A quién traicionaría más profundamente si tu y yo nos juramos amor eterno?

No puedo continuar besando unos labios a los que no amo tanto como los tuyos; Pero son la mejor medicina que encontré para contrarrestar mi soledad. Y con mal uso, cualquier medicina se convierte en droga. Lo sabes, ¿no, mi amor? Los momentos de descanso son los que él me abraza.

Estaba convencida de que con esto no hacía daño a nadie. Después de todo, solo tu me querías. Él se encontraba en la misma situación que yo. Y posiblemente siga en esa situación y yo sólo esté teniendo fantasías, delirios. Pero con el amor no se juega, y una vez más, he llegado tarde para darme cuenta. La niña que nunca aprende.

¿Cómo voy a seguir con esta farsa tan bien elaborada? Si todavía hay fuegos encendidos en mi pecho por tu mano, con lo que podría forjar cualquier metal; cuando él sólo es la brisa que lo templa. ¿Dónde queda el trabajo mejor realizado? Como si lo uno sin lo otro fuese un trabajo concluso.

¿Debo seguir con él, mi amor? ¿Qué me dices? Es cierto que le quiero, que me despierta ese palpitar que juré enterrar para siempre. Y quiero que así se quede aunque me duela estar descorazonada. En cierto modo, es el único que me hace olvidarte. Y como buena medicina, se está convirtiendo en mi droga y en mi sustento. ¿Qué pasa si esta vez puede de nuevo el orgullo?

¿No es cruel, mi amor?

¿No es injusto, mi amor?

¿Qué tengo yo, una simple mujer sin terminar de construir para que dos seres tan maravillosos se fijen en mi? Aunque uno ya me haya olvidado, mi amor, y el otro se esfuerce en hacer que no me conoce. Pero no solo os habéis fijado, mi amor, habéis cometido el mayor error de vuestra vida. Os habéis enamorado (o un día así lo juraste) de alguien que jamás podrá ser perfecta. De promesas vacías que ahora quedan guardados al fondo de un cajón de ropa que nunca me pongo. De recuerdos pasados que jamás se recuperarán, porque en su día cerré el candado y eché la llave al mar. De pesadillas que me perseguirán, atormentándome eternamente por el error que repararía.

Y sin embargo, sólo él hace que mi sueño guarde una respiración tranquila. Respiración que tú me robaste.

¡Oh! mi amor, mi amor, cuanto me gustaría abrazarte, besarte, cuanto me gustaría poder tocarte, mi amor, susurrarte al oído todas aquellas promesas, recuperar lo que un día fue nuestra vida. Y sé que no puedo. Lo peor de todo, es que sé que no puedo. Porque ya no estás, porque te empujé lejos y decidiste dar media vuelta.

¿Por qué habréis cometido semejante error? Encender un corazón que nació roto ¿Por qué decidiste caer, mi amor? Si luego tenías pensado abandonarme ¿Qué tengo yo que pueda hacerte tiritar aún cuando hace calor?

Has cometido el mayor error de tu vida, mi amor. Dar vida a algo que no puedes matar. Dejarme moribunda para siempre.

miércoles, 10 de agosto de 2016

¿Quiénes fuimos en otra vida? (de 2009)

Comentario previo de la Señora Ex-Carmen(A)tada:


Iría a mi yo del pasado y le pegaría dos bofetadas. Podría decirlo más alto; pero no más claro.

No sólo hablo de la forma de narrar la historia, que ha evolucionado considerablemente: en metáforas y quizás en estilo (eso debería juzgarlo alguien que entendiese de verdad en estas cosas).

También me doy cuenta de lo niña que fui (pero mucho), y me doy cuenta de que todo esto me ha hecho ser la que soy y llegar a donde soy: a esta mujer de hielo a la que ya poco afecta durante demasiado tiempo. Quizás no es resignación y es que me han salido demasiados callos en la piel para no sentir los golpes.

Me veo tan chiquilla cuando reescribo estas cosas...

Y me avergüenza decir que tenía ya 16 años.

No digo que aquello fuese una mentira. Pero no era real.

¿Quiénes fuimos en otra vida?


¿Por qué?

Aún no sé por qué nos conocimos o cómo lo llegamos a hacer. ¿Acaso importa? No. Al fin tengo algo en común con alguien y me encanta.

Pero, aunque te quiero, y no dudes ni un momento que lo hago, no puedo hacer otra cosa que recordar que jamás te he visto. No he podido averiguar cómo hueles, o cómo son tus ojos cuando brillan de emoción o pura felicidad, puede que nunca pueda acariciar tu piel o tocar tu pelo, que jamás juegue un uno contra uno en baloncesto.

Esto sería un problema grave si me importase tan sólo un poco más de lo que ya me duele. Claro que no estoy bien, y me gustaría poder abrazarte alguna vez, poder besarte, o simplemente, ver que la distancia que nos separase fuera tan sólo cinco centímetros...

Algún día, si tenemos fuerzas para llegar, puede que nos veamos y que así uno de mis sueños se haga realidad. Un precioso sueño.

Te siento tan cerca cuando hablas conmigo... es simplemente mágico. Es como una adicción que no puedo dejar, pues por mucho que quiera olvidarme, siempre que te veo en la pantalla de mi ordenador, no puedo evitar la tentación de hablar contigo.

No creas que eres el primero que me hace sentir así. Entonces mentiría. Pero sí que puedes creerte, a ciencia cierta, que eres por el que más he sentido nunca a pesar de que "no sé quién eres", pues nunca te he visto en persona y tú jamás me has visto a mi.

Me gustaría tan sólo eso: que pudieses verme para que vieras cuánto sonrío cuando me preguntas qué significa algo. Me gustaría que vieses cómo lloro cuando mencionas lo especial que soy para ti. Me gustaría que comprobases cómo te quiero.

Podría seguir escribiendo un montón de cosas más, pero seguramente lo sabes todo, o deberías saberlo ya.

Maldigo a cupido porque de entre todos los mortales del mundo, tuvo que elegirte a ti. ¿Por qué? He tenido que enamorarme de alguien que vive al otro lado del océano, que obviamente no puedo cruzar a nado. Y a pesar de ese pequeño charco... ya te conozco más que a muchos de los que viven a unos metros de mi.

¿Qué hicimos en otra vida para merecer esto?

Es una historia triste y a la vez hermosa. Me tienes a tu disposición, pero puede que jamás llegues a tocarme.

Besos. No olvides que te quiero.