lunes, 22 de diciembre de 2014

"El amor es como una mariposa"

Hace tiempo ya (como uno o dos meses) que quiero escribir esta entrada. Los motivos por los cuales no lo he hecho, han sido los de siempre: parece que siempre tengo cosas mejores que hacer que aquello que me he propuesto.

Sin embargo, a pesar de la demora, sé perfectamente lo que quiero poner y la historia que quiero contar.

El día en el que ocurrió todo esto, estaba con unos amigos tomando algo en un bar después de una mañana entera de ejercicio y deporte. El bar es el habitual al que solemos ir cuando nos juntamos a tomar algo y ya conocemos al dueño, que nos trata de una forma decente (no exquisita, pero tampoco superficial). El caso, es que ese mismo día, un hombre con cierto retraso mental (literalmente), estaba rondando por el bar y "molestando" a la clientela.

Puede que sea mi forma de ver el mundo, o quizás que tengo demasiada paciencia para muchas cosas de la que otra gente carece, sin embargo, a mi, no hacía otra cosa que fascinarme aquel hombre. Iba, mesa por mesa, intentando conseguir algo de conversación, de cualquier cosa, con cualquiera de los que nosotros estábamos allí. El dueño del bar no hacía más que insistir que si seguía molestando a su gente, no tendría más remedio que echarle. Entiendo su postura, no me malinterpretéis, pero no dejó de parecerme cruel. Si aquel hombre hubiera sido un impertinente, o un borracho o cualquier otra cosa le habría aplaudido, pero no era así. De verdad, claramente se le veía el retraso.

Así, que no sé por qué, cuando se acercó a nuestra mesa, en lugar de fingir que me interesaba lo que decía aquel hombre para que se callara y se fuese, realmente me interesé por lo que dijo. ¿Qué más me daba fingir que prestar un poco de atención? El hombre, al ver que estaba realmente atenta a lo que decía, se quedó en nuestra mesa. Vi que mis amigos comenzaban a pasar de él y que comenzaban sus propias conversaciones, así que por no molestar a nadie, me puse de pie y alejé un poco a aquel hombre de nuestra mesa.

El señor comenzó a contarme mil cosas de su vida: su mujer se había divorciado de él, pero ahora estaba muy enferma y necesitaba cuidados y era él el único que se preocupaba de ella (porque no habían tenido hijos), y que cuando él iba a visitarla siempre le decía "Sé que tú no me quieres, pero yo a ti sí, por eso te cuido sin esperar a que me des las gracias". Me contó varias historias más y habló de lo mucho que le importaba a la gente el dinero, de lo que les cegaba y que eso era algo que no les dejaba vivir ni ser felices. Le "echó la bronca" al dueño del bar diciendo: "Éste es el que más dinero tiene y el que más dinero quiere. No se atreve ni a dejarme estar porque le hago perder clientes. Pero yo sólo quiero que me escuchen".

En ese momento, vi que aquel señor necesitaba algo de cariño y, como también me habían conmovido las historias que me había contado antes y sentía cierta compasión por él (sí, aunque sea una palabra fea, compasión era lo que sentí), le pasé mi mano por el hombro y el brazo, acariciándole, nada, como cuando te topas con alguien que te ha contado una desgracia.

En ese momento fue cuando se echó a llorar. No de forma desconsolada. Unas lágrimas sin más y una sonrisa. "¿Ves? Lo que tú me has demostrado, quedándote a hablar aquí conmigo, esperando a que llegase a algún lado y que sin embargo, no llego, sin echarme ni pasar de mi. Gracias" Ante tal declaración yo también solté alguna que otra lágrima, la verdad, porque, ¿cómo puede haber gente tan buena sin que nadie le atienda? Si aquel hombre hubiera sido normal, si no hubiera tenido ningún problema, quizás yo no me habría parado tanto tiempo en él. Pero no era así. La gente que tenemos tantos problemas, que no somos "normales" necesitamos más paciencia que el resto. Como si tú echase la bronca a una madre porque su hijo de tan solo unos meses está llorando.

En fin. Le dije que no pasaba nada y que estaba encantada de haberle escuchado. Y así era. Pero él no había terminado de hablar. "¿Sabes? El amor es como una mariposa. Puedes conservarla en un frasquito, dentro de ti, que no se estropeará nunca, pero tampoco servirá nunca a nadie, porque nadie más podrá verla o disfrutarla. Y sin embargo, puedes soltarla y entregársela a alguien, compartirla y que pueda admirarla igual que tú. Cuantas más mariposas tengas, con más gente podrás compartirlas y así todos serán un poco más felices. No me refiero al amor de pareja, a ese amor no, bueno, no sólo. Me refiero a todo tipo de amor: a la amistad, al cariño hacia las personas, a las sonrisas a los desconocidos... eso también es amor, ¿no? Hay un montón de mariposas en el mundo, mil tipos y hay que intentar coleccionarlas todas."

Puede que el recipiente de quien dijo ésta metáfora no fuese la persona más inteligente del mundo, puede que incluso no sea suyo y lo haya leído en algún lado y se lo haya apropiado, pero me pareció tan perfecta aquella comparación...

Verdaderamente, desde entonces, no dejo de pensar en aquel hombre. Me hace sentir bien cuando estoy mal y me hace tener paciencia cuando no estoy bien. Me gusta recordar que el amor es como una mariposa y que puedo tener una encerrada dentro de mi, o miles de ellas revoloteando por el mundo. A veces cuesta abrir el bote y dejar salir al bichito, pero creo que merece la pena hacerlo.

Si todo el mundo tuviese más en cuenta esta filosofía, seguro que todos sonreiríamos más y caminaríamos más felices.

Soltad la mariposa que lleváis dentro, capturar más y compartirlas con el resto. Hagamos una cadena de sonrisas.