sábado, 30 de enero de 2016

Aquel día.

Recuerdo cuando me dijo:
"Hoy me siento así"
Y se echó a llorar mientras yo,
sin poder hacer otra cosa,
lo abrazaba.



(No te vayas nunca).
En un susurro que no se oirá.
Jamás.

jueves, 28 de enero de 2016

... Capricornios...

Primero de todo, qué decir: dar una explicación.

No soy una persona que considere que haber nacido en un mes determinado te proporcione una personalidad (hablo del signo del zodiaco). No digo que no influya (todo eso de las lunas y la posición de los planetas..), pues hay muchas cosas que no comprendemos y se nos escapan.

Pero llamadme ilusa: me gusta pensar que tenemos opciones y un destino medianamente abierto.

Sin embargo, del mismo modo que estoy segura de que haber nacido en enero no me convierte en "bla, bla, bla, bla!, no puedo dejar de leer cosas de esas. En parte para ver si acierta y para ver si fallan. Como una especie de "apuesta".

Hoy ha tocado sobre "La persona que necesitas como pareja según tu signo del zodiaco". Y el resultado ha sido este:

Capricornio:Si te digo que lo que necesitas es más amor, quizás piensas que eso no es para ti, que tu eres duro como una piedra, que el amor es un cuento chino, que ya después de todo ni siquiera te fías. Pero sí Capri, lo que necesitas es amor, pero no un amor cualquiera, si no un amor idílico, casi poético. Una persona que sepa arrancarte caricias y abrazos, y besos, que dialogue contigo y comparta sus experiencias pero que en medio de la conversación te acaricie la mano o la mejilla, que ablande tu corazón, ese que a veces parece frío como el hielo, ese que en el fondo, sólo desea entendimiento y cariño. Necesitas a esa persona que comprenda que cuando estás más serio de lo normal es que algo te preocupa, y que no tengas tú que decírselo o defenderte cuando te acusan de volverte hermético. Que te agarre de la mano y te diga: “Vamos a solucionarlo juntos, estoy y estaré contigo siempre”. Y a ti con eso te basta, porque tú no necesitas tener de alguien cosas más o menos cosas materiales, ya estás tu para conseguir lo que quieras, tú sólo necesitas ese amor incondicional, que alguien te de toda la confianza para poder mostrar todo de ti y por fin, sentirte libre.
Ya he dicho que generalmente no estoy de acuerdo.

Nunca he necesitado que se batan en duelo por mí, que hagan grandes proezas o que maten a un dragón. Ni siquiera he necesitado nunca que me defendiesen. Soy dura de pelar y las pasteladas no me gustan.

Pero sí necesito que alguien esté ahí. Que no me diga nada. No necesito palabras (para aportar palabras ya estoy yo). Que me diga las cosas que quiere decirme. Que cuando le pida algo me lo dé, sin plantearse nada más. Alguien que esté ahí siempre. No para hacer mi vida, sino por si acaso. Un punto de referencia.

Con el tiempo he aprendido que apoyarse demasiado en alguien puede ser malo. Ya no me apoyo en la gente para salir adelante. Pero me gustaría tener a alguien a quien no le importe ir de la mano.

sábado, 23 de enero de 2016

Mi futuro contigo.

Puede que a veces peque de exceso de imaginación, no lo voy a negar. Tampoco es algo que quiera empezar a evitar. Me gusta perderme por el "´qué será", por el "qué pudo haber sido". Quizás por eso siempre me emocione tanto con una idea futura que ni siquiera puede ser.

Me imagino escribiendo, como ahora mismo, en un ordenador, en un pequeño despacho que acondicionamos hace poco tiempo para que tú pudieses seguir estudiando y yo me convirtiese en una escritora famosa. Ando en una entrada en mi blog de moda, perfilando una novela, o simplemente perdiendo el tiempo perfilando la técnica. Las opciones varían dependiendo de mi autoestima (qué le vamos a hacer).

Entonces, oigo cómo se introduce una llave en la cerradura. Sé perfectamente que eres tú. Tienes una forma única de hacer las cosas e incluso cuando no te veo, sé que eres tú (llámalo sexto sentido; ya sabes que siempre he sido un poco Daredevil). Vienes posiblemente de una guardia, o de un turno de noche. Esta semana es dura para ti. Nuestros hijos están en la cama (por si te interesa, son tres) e intentas hacer el menor ruido posible para no despertarlos, aunque sabes que no lo harán porque siempre han sido de dormir muy tranquilos.

Entras en el despacho, llamando suave con los nudillos, para no asustarme. Aunque sabes perfectamente que te he oído llegar. Son esa clase de detalles los que me encantan: los que haces sin que la gente se dé cuenta de que los haces.

Sueltas el maletín (eso dí que da igual; trabajes donde trabajes, llevarás maletín) y te sientas en el sofá, esperando a que yo vaya a reunirme contigo después de apagar el ordenador.

Sólo de verte me haces sonreír. Por muy poco fructífero que haya sido mi día, y aunque a la mañana siguiente tenga que discutir con el editor de mi nueva novela, tú haces que se me pase todo. Estás cansado, se te nota en la cara y en ese gesto que haces al levantar las cejas para hacer según qué comentarios (no dejes de hacerlo nunca, por favor). Aprovechas a tumbarte sobre mis piernas en el momento en el que me siento. Y yo, como siempre, porque me encanta, comienzo a acariciarte el pelo. Espero que siga sin gustarte que te toquen el pelo y que sea las pocas personas que pueden hacerlo.

Hablamos un rato sobre cómo nos ha ido el día, sin decir nada y diciendo todo. Es una de las cosas que más me gustan de ti. Se puede hablar sin medir palabras. Y eso es asombroso. Tú te quejas. Te quejas mucho. De cómo funciona la vida y de cómo debería funcionar. Me gusta. Me transmite una sensación de paz. No sé todavía por qué, después de tantos años, pero es como cuando te conocí.

Cuando ya se nos empiezan a cerrar los ojos pro el cansancio, decidimos irnos a dormir. Antes de levantarnos del sofá, me dejas darte un tierno beso en la mejilla ("eso significa que cuidaré de ti toda la vida").

Antes de meternos en la habitación, decides echar un ojo a nuestros hijos. Están durmiendo plácidamente, sin saber que su padre ha llegado de trabajar. Posiblemente por la mañana se lleven una gran alegría. La idea de vernos a los cinco comiendo en la mesa es otra de las que más me gusta. Sé que repito mucho eso, pero no creo que pueda ser de otro modo.

Tú creías que no podrías ser nunca un buen padre, ni un buen marido.

Yo no puedo imaginármelo de otra forma.

Aunque yo nunca sea tuya y tú nunca seas mio.

lunes, 18 de enero de 2016

El Pacifista y el Otro.

Explicación: No sé por qué, veo necesario primero contar algo de mi que posiblemente muy pocos sepan: siempre he sentido un gran respeto por las fuerzas del orden público y las defenderé (exceptuando según qué conductas individuales) aunque me lleve la vida en ello.

Creo que el resto se va a decir solo.

"EL PACIFISTA Y EL OTRO"

Traducción libre de un correo electrónico recibido de un buen, muy buen amigo y dedicada, en primer lugar a soldados de España caídos por ella en operaciones de “paz” recientes, en segundo a los soldados de cualquier nacionalidad que defienden la civilización Occidental en esas mismas operaciones y, por último, a aquellos que creen que es un honor estar dispuesto a guardar los límites del imperio, a vigilar “el vallado” (como, en “Algunos hombres buenos”, dijo el Coronel Jessep).

Tú estás de pie jornadas de 16 horas.

Él está de pie un día tras otro.




Tú te das una ducha por la mañana para ayudarte con el madrugón.

Él está  días enteros, a veces semanas, sin saber lo que es el agua corriente.


Tú te quejas de que te duele la cabeza y llamas para decir que no podrás ir, que estás enfermo.

Él siente cómo le disparan mientras sus camaradas alrededor caen heridos, pero no se le ocurrió parar, pues sabe que tiene que seguir avanzando.


Tú te pones la camiseta pacifista que te has comprado contra la guerra en Irak y quedas con tus amigos para irte de manifestación a quemar un par de banderas.

Él continúa luchando para que tú seas lo suficientemente libre como para ponerte la camiseta que te apetezca.




Tú te aseguras de llevar contigo el móvil.

 Él se palpa el crucifijo colgado en el pecho junto con la chapa de identificación antes de salir de la base.






Tú maldices a un conocido que se ha alistado y quiere ir "allí".

Él sabe que es posible que no vuelva a ver a algunos de sus camaradas.




Tú sales a dar una vuelta y aprovechas para echarle el ojo a una preciosa chica con la que te cruzas.

Él sale de patrulla, pero sólo mira a ver dónde puede haber terroristas.

Tú te quejas del frío que hace y de que llueve esta mañana.

Él se pone encima todo su equipo y no puede ni siquiera quitarse el casco para quitarse una pestaña del ojo.



Tú sales a comer y te cabreas porque el camarero se ha equivocado con lo que pediste.

Él todavía no ha probado bocado hoy.

Tú te haces la cama y echas la ropa a lavar.

Él lleva la misma ropa desde hace dos semanas pero cuida de su arma en cada oportunidad que tiene.





Tú vas al centro comercial buscando la peluquería.

Él no ha tenido tiempo ni de lavarse los dientes

Tú te cabreas porque no hay forma de que la clase acabe a la hora.

Él acaba de averiguar que se queda en zona de operaciones un mes. 


Tú llamas a tu novia para quedar esta noche.

Él espera a ver si hoy finalmente hay carta.




Tú le das un beso a tu novia cuando llega. Vamos, lo mismo que hiciste ayer.

Él mantiene el sobre cerrado y lo huele para ver si le llega algo del perfume de quien le escribe.


Tú vuelves la vista al oír a un niño que llora en el restaurante.

Él, en la cara, recibe una foto de su hijo recién nacido sin saber si podrá conocerle en persona.



Tú criticas a los gobiernos occidentales y a Estados Unidos, pues "la Guerra nunca resuelve nada".

Él ve a diario a gente inocente asesinada o torturada y por eso conoce muy bien por qué ha de estar en combate.

Tú oyes chistes sobre la Guerra y te diviertes haciendo bromas sobre gente como él.

Él oye el estampido de la explosión al mismo tiempo que el ruido de los disparos y los gritos de los heridos.


Tú ves lo que los medios de comunicación han decidido que veas.

Él ve alrededor cuerpos mutilados.




Tú discutes con tus padres sobre si es seguro salir de copas esta noche a la !zona".

Él hace exactamente lo que se le ordena, incluso sabiendo que con ello su vida corre un gran riesgo.

Tú siempre te puedes quedar en casa a ver el partido del Plus.

Él tiene que aprovechar cualquier momento para llamar a casa, escribir, comer o dormir.




Tú te metes en una buena cama con sábanas limpias y te encuentras en la gloria.

Él apenas se sobresalta por la noche cuando oye que empiezan a caer los morteros y sabe que va a pasar toda la noche en vela.

viernes, 15 de enero de 2016

De nuevo, sobre estas cuatro ruedas.

Otra vez aquí, esperando en la fila para comprar un billete de autobús con destino a Alcalá de Henares, Madrid. La misma historia de una vez al mes.

Como desde hace ya un par de años, lo compro siempre a última hora. Aún recuerdo cuando en is primeros viajes (hace unos cuatro años), tenía que sacarlo por lo menos con dos semanas de antelación, para poder sentirme tranquila.

Cómo cambian las cosas. Conforme han pasado los meses, el tiempo se ha ido estrechando, y ahora me hallo aquí, con tan sólo una escasa hora para la salida del autobús. Hoy ya no soy la misma persona. Estos viajes se han convertido en un continuo en mi vida.

-Hola, muy buenas – sonrisa ante todo –. Un billete de ida y vuelta para Alcalá de Henares hoy a las 14:20 y con vuelta el domingo a las 21:25.

Cualquiera diría que después de cuatro años haciendo la ruta una vez al mes, me tendría que haber aprendido el horario, pero no. Siempre he de sacar el papelito y consultarlo. Que viaje tan a menudo no afecta a mi mala memoria.

Pago religiosamente mis 27’14€ y me retiro cogiendo en billete con un sincero “Muchas gracias” ante el “Buen viaje” de la taquillera que me ha atendido. También me acuerdo cuando el billete no valía ni 25€ y cómo poco a poco ha ido subiendo de precio. Cosas de la crisis, supongo. Eso no me ha frenado para seguir viajando.

En las fechas en las que estamos, en la estación Delicias de Zaragoza sólo tienes dos opciones para esperar el autobús: morir congelado en la dársena donde estacionará tu autocar o meterte en uno de los cubículos y esperar pacientemente la voz que anuncie tu viaje.

También he cambiado en eso. Hace cuatro años prefería pasmarme de frío, soltando vaho y tiritando, ante el miedo de que pudiera aparecer mi bus sin que yo me percatase e irse sin que yo me hubiese montado en él. Hoy, espero paciente, leyendo de mi libro electrónico, adelantando el entretenimiento reservado para el viaje.

Siempre me ha gustado observar a las personas que están conmigo en la cabina. Algunas son de aspecto simple y otras más curiosas. A menudo se mantienen conversaciones a las que no puedo evitar prestar atención, disimuladamente, escondiéndome tras mi e-book.

Sobre todo me encanta cuando hay alguna familia con niños pequeños. Me gusta la visión que tienen del mundo éstos últimos: cuando todo es jugar y divertirse y cuando están bien educados lo hacen susurrando.

Me arrancan sonrisas.

Conforme se va acercando la hora, voy recogiendo lo poco que he desplegado: los desperdicios de un breve sándwich sacado de una máquina expendedora que ahora tiraré a la basura, una botella de agua y el libro electrónico.

Salgo a las dársenas y me coloco en la fila de mi autobús. Cuando baja el conductor, ya sé lo que va a decir: “Maletas de Madrid a la derecha, el resto, a la izquierda”. El resto solemos ser Guadalajara y Alcalá de Henares; igual con un poco de suerte, alguno hay de Calatayud.

Es entonces, no obstante, cuando la gente parece volverse loca. De tanto que corren, alguno juraría que casi vuela. Si es su primer viaje, lo entendería. Yo también era así antes. Me movía con la incertidumbre de no saber qué iba a pasar. Ahora ya no. Sé que va a haber un hueco para mí y que si no, el conductor lo hará para mí. Supongo que son gajes del “oficio”.

Colocada la maleta en el sitio que corresponde, me pongo en la fila, con mi billete en la mano. Ya he mirado el asiento y ya tengo calculado mentalmente dónde me toca sentarme. Siempre prefiero ventana, pero tampoco soy de las que las piden a propósito. Hoy he tenido suerte.

-Asiento 9, muchas gracias – dice el conductor tras coger mi tique y romper un trocito para demostrar que está pasado. Con una sonrisa, claro.

Contesto con otra sonrisa y procuro subir lo más rápido para no interrumpir la maniobra de los demás.

Al llegar a mi asiento, me quito el abrigo dejándolo en el hueco de arriba y me siento. Por suerte todavía no hay nadie sentado en el lugar del pasillo, porque si no, entre que se levanta esa persona, te deja pasar y se vuelve a sentar, se forma una cola detrás interminable. Qué le vamos a hacer, cosas del directo.

Más tarde sólo me queda sacar los auriculares, desenrollarlos (porque parece que antes de salir de fábrica hacen un curso sobre “cómo hacer nudos sin causa aparente”) y enchufarlo a la radio de mi asiento. ALSA radio, sí señor.

Por delante quedan cerca de tres horas y media de viaje, de un paisaje relativamente monótono que ya tengo muy visto.

Mi compañero tarda en sentarse. Es un señor mayor, de unos 60-65 años, que poco tarda en quedarse dormido de un modo en el que da la sensación de que se va a romper el cuello con cada bache.

Y el tiempo se me hace caprichoso cuando estoy en el autobús. A momentos corre a pasos agigantados y a veces tengo que empujarle para que siga andando. No debería ser así. He madurado en todo, en estos cuatro años. Pero el tiempo no me acompaña en esto. Él hace siempre lo que quiere.

De pronto, me encuentro reflexionando sobre todo lo que ha cambiado en mi vida. En un estanque infinito del tiempo, sin que se muevan las agujas del reloj, aunque el bus avance en su ruta.

Recuerdo el primer viaje que hice, sola; aquella locura que él me propuso: “Vente, mis padres se van este puente. Tendré la casa para mí solo”. ¿Qué tenía yo en esa época? ¿18 años? Nunca me he considerado una persona inmadura, pero ahora, al echar la mirada atrás, me doy cuenta de que fui una niña enamorada. Compré el billete casi sin pensar (sólo porque él me lo había pedido) y me fui rumbo Alcalá, sin siquiera saber qué me encontraría allí.

El tiempo quiso convertirlo en costumbre. Y a Dios que doy gracias por ello.

Hoy, también he evolucionado en eso. El primer viaje lo pasé enteramente despierta, informando de por dónde iba, de qué tal estaba la cosa… Todo me emocionaba, cada nueva señal que veía con mi destino gravado, hacía que me diese un vuelco el corazón. Ahora mismo, lucho por no cerrar los párpados en una posición que me lastime. Siempre llevo mil actividades: estudio, lectura, videojuegos, y un largo etcétera. Pero todo se vuelve inútil.

Lo incómodo de viajar en autocar (bueno, y en cualquier transporte público) es que siempre te molesta la gente. O quizás es que yo no soy muy social, que todo puede ser. Siempre hay alguien chillando por el teléfono, alguien roncando, uno que ha decidido que descalzarse es lo mejor que puede hacer en un sitio cerrado, una persona que al levantarse de su asiento utiliza el tuyo para ello y hace que te tambalees… Está claro, puede que la antisocial sea yo. No lo negaré.

Pero todo pasa. Incluso esas (dudosas) interminables tres horas y media de viaje. Llega. Ese momento en el que miras por la ventanilla y puedes atisbar tu parada a lo lejos, viendo a un montón de personas esperando en ella, sabiendo que una de esas figuras te está esperando exclusivamente a ti, para pasar un fin de semana aunque sea, unos pocos días que compensan tanto la distancia que hay entre vosotros.

¿Puede existir tanta ilusión en llegar a tu destino? A pesar de que hayan pasado los años, el corazón siempre se me acelera, sabiendo que por fin he llegado, sabiendo que ha merecido la pena todo el rato sentada, dormida, leyendo o haciendo mil cosas.

Bajar lo más rápido posible (más incluso de lo que te permiten tus piernas), con el corazón tan acelerado que se te olvida que habías traído maleta, y lo mejor de todo, poder, por fin, lanzarte a sus brazos como si no hubiese nadie más en el lugar. Descubrir que nada ha cambiado, que todo sigue igual y que seguirá igual que el primer día entre vosotros dos, por mucho que tú mismo hayas cambiado, evolucionado o como quieras llamarlo.

Y no hay nada que valga más para mí que eso.

miércoles, 13 de enero de 2016

¿Público o Privado?

Quizás esta reflexión no le guste a mucha gente. Son consciente de que es uno de los temas que más separación causan entre la población española (quizás en otros países también, pero no puedo hablar de ellos).

Desde luego, lo ideal, la utopía, el súmmum de la perfección, sería que todas las personas tuvieran el mismo derecho a acceder a las mismas prestaciones, con la misma calidad de servicio y de nivel. Pero no es así. No lo veo como algo real, por mucho que duela, para empezar, porque siempre habrá personas que lo usen mal, que se aprovechen de la ventaja de otros, etc.

En mi corta existencia (consideremos corta la tierna edad de 22 años), me he visto envuelta en las dos caras de la moneda (consideremos lo concertado como privado, aunque no lo sea). Desde temas de Sanidad como de Educación. Desglosemos:

La Sanidad Pública española es de las mejores del mundo (recalquemos la palabra pública). La atención "masificada" que se da a todo el mundo sin pensar en la capacidad económica de esa persona es maravillosa, necesaria y me parecería una aberración eliminarla. Creo que los servicios de sanidad deberían ser capaces de extenderse a todo aquel que los necesite y para ello, estoy más que dispuesta a sacrificarme pagando unos impuestos destinados a ello. Ahora bien, ¿qué queréis que os diga?: hecha la ley, hecha la trampa; Se necesita un control mucho más riguroso del acceso de ciertas personas a esta dimensión pública.
Ahora no me refiero al pobre extranjero de países menos desarrollados, que ha abandonado su país de origen para buscar un futuro mejor. Hablo más bien de la familia bien que coge un avión desde Inglaterra para hacer un trasplante gratis a alguno de sus parientes. ¿Cuantos casos de esos se habrán visto? Para mi gusto, demasiados. Podría poner más ejemplos de lo que me gusta y lo que no me gusta de la Sanidad Pública, pero no voy a meterme en ello (quizás en otra ocasión).

Yo más bien, tenía interés en escribir esta entrada, para hablar de la Educación. En primer lugar, mencionar que hablo desde el punto de vista que he podido obtener, hablo de mí y de mi experiencia, por lo que pido disculpas de antemano si alguien no está de acuerdo en esta forma de ver el mundo.

Desde pequeña, mis padres me apuntaron a un Colegio Concertado. Estuve estudiando ahí desde 1º de Primaria hasta 2º de Bachillerato (la mayor parte de mi vida, vamos). Y podría decir mil maravillas de mi Colegio, porque no sólo han sido profesores, sino que han sido grandes educadores (desde más pequeña hasta más mayor). Han sido mi familia, una gran familia que se ha preocupado de mí, no sólo de mi expediente académico, sino de mí personalmente. Gracias a ellos, conseguí superar los estudios, hacer la Selectividad y tener la oportunidad de tener una nota para acceder a la Universidad. Y no sólo hablo de la materia que me impartieron. Hablo de el Colegio como personas que han trabajado junto a mi. No sé por qué, eso se me hace imposible en un Instituto Público (al menos, en contraste con lo que he hablado con otras personas).

Después de ello, accedí a la Universidad (que de pública se podría dudar, puesto que hay que poder pagarla -y no todos pueden acceder económicamente a la carrera que desean, en parte porque las becas están mal repartidas [aunque eso sea otro cantar]-). Precisamente en comparación con el sector Privado, el Público no tiene esa familiaridad. La gente no se conoce entre sí; sólo existen números y expedientes y conforme vas avanzando, si tienes suerte, eres llamativo y tienes gran capacidad de relación, serás alguien en los cursos siguientes.
Igual aquí entra un factor en cuenta, del que muchos otros que han pasado por la Universidad carecen y aunque no me gusta presentarlo de excusa, sé que es parte de mí y obviamente, me define: presento una discapacidad.
¿Qué quiere decir esto? Necesito muchos más puntos de referencia que la mayoría de la gente. Necesito conocer personalmente a la gente con la que voy a estar y que los que van a estar conmigo conozcan mi situación a fondo (y no como "¡Ah! tú eres la chica con discapacidad, ok").
Reconozco que mis circunstancias son prácticamente exclusivas y eso reduce el sentimiento que vosotros podáis sentir al leer esto.
Tomé la decisión de abandonar la Universidad. Y lo "peor" de todo, es que no creo que haya sido una mala decisión.

Como he de hacer algo con mi vida (no porque la sociedad me lo exija, sino porque yo quiero salir adelante sin necesitar nada de nadie), decidí apuntarme (la verdad que por pura coincidencia) a un curso para ser Actriz de Doblaje.
Jamás en mi vida me lo había planteado, un poco porque ese tipo de profesiones es como ser futbolista o cantante, ¿no? se ve muy lejano.
El curso lo hago a través del Grupo San Valero (CPA, Universidad San Jorge...), es un centro privado de educación de Audiovisuales y lo cierto es que estoy realmente encantada con el trato que me están dando. Es una educación personalizada, donde el profesor está por y para ti. Te conocen personalmente y valoran algo más que "tú tienes buenas notas".

Qué voy a hacerle. Creo que en la Educación, el Sector Privado se lleva la palma.

No sé como concluir esta entrada. Tenía pensado orientarla de otra forma pero ha derivado de tal modo que ya no es lo que pretendía (no me quejo). Creo que simplemente, terminaré con que esspero que algún día, el trato del Sector Público se acerque un poco al del Sector Privado para que todos puedan entender por qué hay una diferencia de opiniones y de gustos.

El problema no es el dinero que te da el acceso a un mejor Servicio. El problema está en que los profesionales de cualquier tipo de Sector (tanto Público como Privado), deberían mirar por sus "clientes" y no considerarlos sólo un expediente, sino personificarlos y dignificarlos de manera individual.

martes, 12 de enero de 2016

Tiempo.

Perdida, sin nada.
Tanto fuera de aquí.
Caminando entre las sombras.
Que ya no me reconozco.
Y no hay límites sin tiempo.
No hay fronteras que me llamen.

Perdí quien soy.
Fuera de aquí.
Ya no hay regreso.
Ya no hay camino.

Tanto fuera de aquí.
Perdí quien soy.
Y ya no hay retorno.
No hay retorno que valga.

Improvisemos juntos.
Prometo no llorar demasiado.