sábado, 23 de enero de 2016

Mi futuro contigo.

Puede que a veces peque de exceso de imaginación, no lo voy a negar. Tampoco es algo que quiera empezar a evitar. Me gusta perderme por el "´qué será", por el "qué pudo haber sido". Quizás por eso siempre me emocione tanto con una idea futura que ni siquiera puede ser.

Me imagino escribiendo, como ahora mismo, en un ordenador, en un pequeño despacho que acondicionamos hace poco tiempo para que tú pudieses seguir estudiando y yo me convirtiese en una escritora famosa. Ando en una entrada en mi blog de moda, perfilando una novela, o simplemente perdiendo el tiempo perfilando la técnica. Las opciones varían dependiendo de mi autoestima (qué le vamos a hacer).

Entonces, oigo cómo se introduce una llave en la cerradura. Sé perfectamente que eres tú. Tienes una forma única de hacer las cosas e incluso cuando no te veo, sé que eres tú (llámalo sexto sentido; ya sabes que siempre he sido un poco Daredevil). Vienes posiblemente de una guardia, o de un turno de noche. Esta semana es dura para ti. Nuestros hijos están en la cama (por si te interesa, son tres) e intentas hacer el menor ruido posible para no despertarlos, aunque sabes que no lo harán porque siempre han sido de dormir muy tranquilos.

Entras en el despacho, llamando suave con los nudillos, para no asustarme. Aunque sabes perfectamente que te he oído llegar. Son esa clase de detalles los que me encantan: los que haces sin que la gente se dé cuenta de que los haces.

Sueltas el maletín (eso dí que da igual; trabajes donde trabajes, llevarás maletín) y te sientas en el sofá, esperando a que yo vaya a reunirme contigo después de apagar el ordenador.

Sólo de verte me haces sonreír. Por muy poco fructífero que haya sido mi día, y aunque a la mañana siguiente tenga que discutir con el editor de mi nueva novela, tú haces que se me pase todo. Estás cansado, se te nota en la cara y en ese gesto que haces al levantar las cejas para hacer según qué comentarios (no dejes de hacerlo nunca, por favor). Aprovechas a tumbarte sobre mis piernas en el momento en el que me siento. Y yo, como siempre, porque me encanta, comienzo a acariciarte el pelo. Espero que siga sin gustarte que te toquen el pelo y que sea las pocas personas que pueden hacerlo.

Hablamos un rato sobre cómo nos ha ido el día, sin decir nada y diciendo todo. Es una de las cosas que más me gustan de ti. Se puede hablar sin medir palabras. Y eso es asombroso. Tú te quejas. Te quejas mucho. De cómo funciona la vida y de cómo debería funcionar. Me gusta. Me transmite una sensación de paz. No sé todavía por qué, después de tantos años, pero es como cuando te conocí.

Cuando ya se nos empiezan a cerrar los ojos pro el cansancio, decidimos irnos a dormir. Antes de levantarnos del sofá, me dejas darte un tierno beso en la mejilla ("eso significa que cuidaré de ti toda la vida").

Antes de meternos en la habitación, decides echar un ojo a nuestros hijos. Están durmiendo plácidamente, sin saber que su padre ha llegado de trabajar. Posiblemente por la mañana se lleven una gran alegría. La idea de vernos a los cinco comiendo en la mesa es otra de las que más me gusta. Sé que repito mucho eso, pero no creo que pueda ser de otro modo.

Tú creías que no podrías ser nunca un buen padre, ni un buen marido.

Yo no puedo imaginármelo de otra forma.

Aunque yo nunca sea tuya y tú nunca seas mio.

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