miércoles, 29 de julio de 2015

Psicópolis.

Éste vídeo me lo pusieron hace un par de años en clase. Recuerdo que me gustó bastante y cómo no, lo tuve que poner en mi antiguo blog para compartirlo con todo el mundo.

Como las cosas han cambiado, no obstante, he decidido verlo de nuevo, a ver qué nueva impresión me provoca.




Se muestra "lo decepcionante de la especie humana". El cómo sólo por obedecer patrones de conducta, somos capaces de llegar a límites que igual, individualmente, no estaríamos en disposición de cometer.

Y es que en el fondo, es cierto: somos lo que esperan de nosotros. ¿Cuántas veces no se toma en serio a alguien porque "es el gracioso"? ¿Cuántas veces se condena la travesura de alguien "responsable"? El mundo tiene una opinión sobre nosotros, y cuando nos salimos de esa opinión grupal, estamos, claramente, decepcionando.

Ninguno de los dos extremos me parece correcto. Creo que a menudo la gente se posiciona demasiado en "un bando" u "otro bando": somos o demasiado grupales o demasiado individuales. Contamos demasiado con la opinión de los demás o no nos importa nada lo que piensen.

Pero ¿dónde está el equilibrio? Si he de ser sincera (y este es el lugar), yo me posiciono en el grupo. Soy de las que piensan demasiado en las consecuencias, de las que mira más allá de sus actos, porque además, cuando he hecho lo contrario, cuando he sido individual, siempre se me ha tachado de eso con un "tú no eres así". Jamás se me han perdonado esos errores que he cometido por egoísmo, cuando en realidad, yo sí que puedo ser así.

Y el rumor... Qué daño hacen los rumores.

martes, 28 de julio de 2015

Quiero besarte (de 2008)

Comentario previo de la Señora Ex-Carmen(A)tada:

¿Qué voy a decir de ésto? Era una chiquilla, que todavía no sabía lo que significaba el amor más que por lo que había visto en las películas, oído en las canciones o leído en los libros.

Sin embargo, ya se advierte ese derrotismo que he tenido siempre con los hombres ¿no? Me gusta enamorarme de quien no me presta atención y sin embargo, soy totalmente indiferente con quienes se esfuerzan por querer entrar en mi vida.

Recuerdo que ésta carta iba para un chico en especial que me trajo loca durante un par de años (en mi secundaria). También creo recordar, que intenté dejársela en el pupitre (sin firmar, por supuesto) para ver si él se aventuraba a investigar quién era yo y decidía dar ese pequeño paso que faltaba.

Pero como siempre, me faltó el valor.

Así que en lugar de intentarlo, se lo entregué a mi profesora de "Lenguaje y Literatura" que quedó (al parecer) "maravillada" de que pudiera llegar a escribir eso alguien como yo (al parecer) tan "inexpresiva".

Obviamente, superé esa fase (con ese chico). Pero claramente, mi trastorno obsesivo sigue ahí. Puede que sea un problema o que sólo sea cabezonería aragonesa.

Hoy, igual que entonces, me encuentro en una situación bastante parecida y que a la vez no tiene nada que ver, pero leer ésto, me hace pensar que igual que me pasó a mis tiernos 15 años, también hoy me puede pasar lo mismo y sacar un hermoso relato de todo aquello.

Porque como dice un amigo mío "Mejor haber amado y haber perdido, que jamás haber amado":

Quiero besarte.


Hola.

Bueno, si estás leyendo ésto, claramente es porque no me atrevo a decírtelo a la cara. Me conoces desde hace tanto tiempo... Seguro que no te extraña que no pueda decírtelo, pero ya sabes: la vida es dura y a mí me ha tocado vivirla así.

Sólo quería decirte que cada vez que te veo, siento cómo se me para el corazón; que cada vez que te miro a los ojos, es como si dejase de ser yo; que cada vez que estoy junto a ti, recuerdo todas las cosas que he soñado hacerte, y, que, sin embargo, no me atrevería a realizar ahora que me encuentro a tu lado.

Si tú supieras la cantidad de veces que he forjado planes antes de irme a dormir..., la cantidad de veces en las que he soñado conversaciones que llevábamos a cabo, sólo para besarte (para darte un sólo beso)..., la cantidad de veces que he pensado. Pero siempre he terminado rindiéndome.

Llevamos prácticamente toda la vida juntos, y sin embargo, nunca te has fijado en mi, ni como una chica atractiva y guapa, como la que me gustaría ser, ni como tu mejor amiga. Y por el contrario, yo no puedo más que pensar en ti, en tus sonrisas, en tus bromas, en tus labios, en cómo me besarías con ellos...

Puede que sea sólo una obsesión, pero es que me encantaría saber cómo besas. Quizás sea una tontería. Si eres tan apasionado como me imagino a veces, o serás tierno y cuidadoso, sobreprotegiendo algo que realmente quieres y anhelabas.

Puede que tú seas mi manzana prohibida, esa que deseas morder pero que en cuanto la pruebas... ya no es tan suculenta como te la habías imaginado y acabas siendo expulsado del paraíso. Puede que seas mi manzana prohibida.

Puede que ni siquiera se cumpla ninguno de mis planes para hacer que me beses.

Puede que simplemente, siga siendo alguien sin importancia en tu vida. Prescindible.

Puede...

Pero aún así, no consigo alejarme de ti. Porque, sencillamente, cada vez que te miro, es como si una parte de mi muriese al comprobar (una vez más) que soy demasiado cobarde como para decirte nada; que no soy lo demasiado como para que te fijes en mí; que no soy lo suficiente valiente como para llevar a cabo cualquiera de mis planes forjados con anterioridad para robarte un beso.

Aunque eso sí, yo seguiré obsesionándome. Y aunque suene a loca maníaca, seguirás siendo mi fruto prohibido. Quizás porque nunca me atreveré a probarlo. Quizás porque nunca se me dará la opción de hacerlo.

lunes, 27 de julio de 2015

Caballero.

Ni el más miserable de los cobardes se atrevería a mover cualquiera de sus músculos para escapara de aquella escena. Ni siquiera, alguien ruin se atrevería a quebrantar semejante silencio, que demostraba la talla de los allí presentes.

El sigilo de los presentes, todos ellos, contribuían a una nota de dolor secreto. El susurro de la naturaleza era lo único que podía hacerse escuchar sin ser sometido a juicio.

A menudo el tiempo es caprichoso. Parece que corre de formas distintas. Y la gravedad del tiempo que corría en esos instantes se hacía notar, casi palpable ante las manos de aquellos hombres que permanecían inmóviles ante tal escena.

Cualquiera que hubiera pasado en la mitad de aquel momento tan glorioso, no habría entendido aquellos gestos de honra, humildad y a la vez valía. No habría podido, por menos, que esperar que aquellos hombres diesen alguna respuesta a que aún seguían vivos. Pero ninguno de los presentes, por mucho que hubiera pasado en la mitad de aquel momento tan glorioso un cualquiera, se hubieran movido para explicarle el por qué lo hacían.

Y de repente, del mismo modo que hace unos instantes el silencio era lo único que podía reinar el lugar, una voz se alzó sobre todas las demás. Una canción cobró vida propia de entre dos labios, que se movían sin conciencia de hacerlo.

Del mismo modo que anteriormente aquel estado de quietud conmovía a todo aquel que, con o sin vergüenza, hubiera pretendido moverse, ahora era aquel canto, al que se le sumaban más y más voces, como quien quiere dejar correr el tiempo y olvidar, recordando (al mismo tiempo) que estamos aquí por el destino que hemos de cumplir y, que una vez cumplido, sólo nos espera una cosa.

La muerte.

lunes, 13 de julio de 2015

Inocencia (de 2008).

Comentario previo de la Señora Ex-Carmen(A)tada:

Cada vez que releo algo mío de estos años (años pasados, me refiero, no importa la edad que tuviera), me doy cuenta de lo que ha avanzado mi técnica, de las vueltas que le doy a una misma frase (y que antes no) sólo para darle un aspecto más profesional.

En realidad, sigo pensando que nada de lo que he hecho es perfecto. Y seguiré pensando eso hasta el día que me muera. Pero es el problema de avanzar, de mejorar y de querer seguir luchando.

En cuanto al texto, siempre he sido de un pensamiento reflejo al de la historia. Desde chiquitita me he sentido extraña en todos lados. De acuerdo, siempre he sido demasiado "mayor" para mi edad. No es que no haya jugado nunca o que no haya reído, gritado, pataleado... Es simplemente, que nunca he tenido esa "despreocupación". Siempre he sido demasiado consciente de que había más gente a mi al rededor de la que no me podía "librar".

Un poco por azar, esta vieja historia me viene ahora que ni al pelo, pues últimamente ando dándole vueltas a todo eso de que cada acto (el hacerlo o el no hacerlo) trae sus consecuencias, su "bien" y su "mal".

La vida es demasiado complicada; no porque en verdad lo sea, sino porque a menudo, parece que queremos esforzarnos en que así sea.

A ver si recuperamos algo de esa inocencia. (Por eso adoro a los niños).

Inocencia.

Estoy sentada en un banco de mi colegio, escuchando música con mi MP4, con la capucha del abrigo puesta para no mojarme demasiado el pelo mientras cae la lluvia.

Levanto la cabeza y me doy cuenta, de que, a pesar de que está lloviendo bastante, los niños del recreo siguen jugando, saltando, corriendo, gritando...

Una niña pálida, de pelo marrón hasta el hombro y de ojos verdes se para en frente de mi. Me recuerda tanto a mi misma... con su pequeña coleta a un lado de la cabeza, mientras el resto del pelo cae en rizos y tirabuzones. La niña se me acerca, se sienta a mi lado, me sigue mirando mientras la lluvia sigue cayendo sobre su cabecita, meneando los pies ligeramente.

-¿Por qué lloras? - me pregunta con su dulce vocecita de niña pequeña, tan dulce y tierna como la de cualquier crío a esa edad.

-Seguro que no lo entenderías - digo mientras presto atención a cómo la niña retira con su pequeña mano blanca todas las lágrimas de mis mejillas, con mucho cuidado y delicadeza -. Eres demasiado pequeña.

-Puedes intentarlo - me contesta, mirándome con esos ojos que tanto me recuerdan a mí misma.

Resoplo. No creo que lo entienda esta niña, pero no tengo nada mejor que hacer. Me quito el MP4, lo apago y lo guardo para evitar que se moje más de lo que ya lo ha hecho.

-Lloro por culpa vuestra - la niña no da muestras de enfado. Ni siquiera da muestras de sorpresa. Simplemente, se limita a sonreírme -. Miro toda esa inocencia: en vuestras caras, en vuestros gestos... Recuerdo cuando yo era así, pequeña, sin preocupaciones... donde sólo me lo pasaba bien, donde no podía pasármelo mal porque... simplemente, no existía esa opción.

Me callo, creyendo que la niña se ha ido porque hace tiempo que ya no la miro. Me giro, pero la niña sigue aquí, atendiéndome como si fuese una obligación el hacerlo. Espero a que pregunte algo que la entendido, pero su mirada no tiene dudas. Parece comprenderme a la perfección.

-Me acuerdo de cuando yo era pequeña. De cuando mi única preocupación era que no me pillasen cuando jugábamos al pilla-pilla, de que me llegase el dinero para comprarme muchas chuches, de que no me encontrasen jugando al escondite... era tan inocente...

Vuelvo a respirar hondo. La mano blanca y fría de la niña coge mi mano, igual de pálida y fría que la suya. Somos tan parecidas... que creo que me asusta.

-Ahora sólo puedo verme aquí, sentada en el banco, sin saber qué hacer por miedo a lo que piensen de mi. Ahora que mis preocupaciones son saber decir las palabras correctas para no ofender a nadie. Ahora, cuando un beso significa mucho más de lo que tú quieres decir o no darlo puede arruinarlo todo. Ahora que una simple diferencia de pensamiento puede acabar con una buena amistad. Ahora, donde sabes que tus acciones te pueden llevar a situaciones donde no querías llegar... Lloro porque recuerdo cuando tan sólo era una niña sin preocupaciones, recuerdo lo feliz que era a cada minuto que pasaba, porque lo que había hecho el minuto anterior carecía de sentido y de importancia. Lloro porque soy mucho más consciente de todo lo que ocurre a mi alrededor, tanto lo bueno, como lo malo. Lloro porque ahora, parece que sólo te importo a ti en el mundo entero.

Miro cómo la niña se arrodilla encima del banco, para ponerse a la altura de mis ojos... del mismo color que los suyos. Me coge los dos lados de la cara y me hace mirarla, sin que pueda retirar mis ojos de los suyos... haciéndome sentir incómoda.

-Sólo tienes que volver a ser esa niña de antes - me dice, retirando sus dulces manitas de mi rostro.

Abro la boca para darle las gracias por haberme escuchado... Pero la niña desaparece, como niebla, como si nunca hubiera existido, como si no me hubiese tocado ni se hubiese sentado a mi lado... Como un fantasma.

Es entonces cuando me doy cuenta de que esa niña soy yo, de que esa niña, era yo.

Ya no lloro. Enciendo mi MP4 y vuelvo a mirar a los niños, esta vez sin ninguna clase de pena. Cantando las canciones que oigo salir de mis auriculares, y me río. Río mucho.

Aún puedo ser tan inocente como una niña pequeña.

viernes, 10 de julio de 2015

Yo.

Por cuestiones de la vida (supongo) yo siempre he sido como yo. Qué cosas.

Supongo que todo ha influido un poco. La educación que mis padres me dieron seguro que ha tenido algo que ver (aunque ni yo, ni mi hermano hayamos salido iguales tras haber sido educados por las mismas palabras y mismos actos).

La sociedad en la que he nacido: la educación que he recibido, el "bien" y el "mal" que me han enseñado, las experiencias que he ido viviendo... En definitiva, lo que me diferencia de mi hermano y ha hecho que a pesar de haber sido criados en el mismo techo hayamos salido distintos.

Creo que en conjunto, soy esas tres cosas. Soy lo que he nacido, lo que me han enseñado y lo que he aprendido.

También creo que no se puede luchar en exceso contra eso. Siempre puedes cambiar algo que no te gusta de ti, madurar. Pero la esencia es lo que somos.

Y yo, lo que nunca he sido, precisamente es eso: una niña. Nunca he tenido esa capacidad de hacer locuras. Nunca he sido incapaz de dejar pensar que mis consecuencias tienen actos. Siempre he sido muy consciente de ello, de que en el mundo hay más que yo. Y eso me ha hecho querer controlarlo todo.

Quizás hubo una época en lo que lo fui. Y eso terminó de destrozarme. 

Y ahora me hallo reprimida.

Porque yo soy esas tres cosas: lo que he nacido, lo que me han enseñado y lo que he aprendido.

Y contra eso, no se puede luchar.

jueves, 9 de julio de 2015

Egoísmo.

No puedo escribir sobre todo lo que tengo que decir, porque sería muy duro de poner por aquí y podría haber gente que lo leyera.

Sólo quiero que quede constancia en este blog de que hay cosas que yo no soporto.

¿Por qué hay personas que no pueden mirar por los que hay alrededor? ¿Por qué hay personas que sólo piensan en ellas mismas? Odio a ese tipo de gente. Las odio con toda mi alma.

A veces pienso que es envidia, porque yo soy incapaz de hacer algo así, de olvidarme de todas las personas a las que dañaría con mis actos.

No significa que de vez en cuando cometa errores (hace poco cometí uno del que me arrepentiré toda mi vida), pero luego no me compadezco de mi misma, ni pretendo que todo el mundo me mire y me consuele.

De verdad que no lo entiendo. Ni lo entenderé. Esa forma de rendirse... cuando yo tendría muchos más motivos reales que él (o si quiere mirarlo así, menos por lo que vivir).

miércoles, 8 de julio de 2015

Diario de una Mujer Casada.

Prólogo:

Me levanto, como cada día, a las 6 de la mañana. Me voy al baño a lavarme y cuando me miro en el espejo, veo lo mismo de los últimos años una mujer de 42 años,  con el pelo cada vez más rubio para disimular las canas y con las arrugas de edad y expresión que ni siquiera las cremas más caras conseguirían borrar.

Que no se me malinterprete. No es una escena que me deshaga en lágrimas, pero me saca una sonrisa amarga al recordar que ya no tengo esos 20 años tan dulces.

En seguida voy a planchar lo poco que queda del traje de mi marido mientras él termina de acicalarse y luego voy  “corriendo” a la cocina a prepararle el desayuno a mi familia, que suele consistir en un zumo de frutas,  un poco de pan con mantequilla o mermelada, cereales, algún bollo o similar, y por supuesto, la leche y el café.

Mi marido siempre es el primero en bajar (porque tiene que salir antes de casa para llegar a tiempo a la oficina). Desayuna viendo las noticias matinales y se despide dándome un beso y deseándome los buenos días con una sonrisa fugaz.

Sobre las 7:30 suelen bajar mis hijos, recién levantados, para luego irse al instituto y a la universidad. El mayor tiene 22 años ya y va por el último curso de su carrera: periodismo; el pequeño tiene 14 y va a 2º de la E.S.O. todavía. El año pasado tuvo problemas con el curso y tuvo que repetir, pero parece que ya está más centrado.

Una de las tradiciones que aún mantengo con el pequeño es que mientras desayuna me cuenta su sueño. Lo hacía también con el mayor pero “ya ha crecido demasiado para esas cosas”. Espero que mi niño del alma no cambie nunca de idea.

Como el mayor se sacó el carnet de conducir hace dos años (obligado por mi marido y su insistencia, porque mi hijo se negaba a ello), ahora es él el que se encarga de llevar al pequeño al colegio.

Cuando ya se han ido todos, recojo el desayuno y (excepcionalmente durante esta semana
) me voy a cuidar al hijo del vecino, que se ha puesto enfermo y no pueden dejarlo en casa de nadie más, hasta más o menos las 12 de la mañana, que es cuando llega la madre , de un turno nocturno en una empresa de limpieza.

Vuelvo entonces a casa y preparo la comida. Limpio un poco la casa y espero en el sofá, leyendo hasta que llegan mis hijos. Comemos los 3 mientras hablamos de qué tal les ha ido la mañana y el mayor vuelve a llevar al pequeño a las extraordinarias (entre el deporte, la música y el inglés tenemos al chico bastante ocupado).

Cuando el mayor regresa de dejar al pequeño, regresa a casa y sube a su cuarto a estudiar y hacer trabajos para, sobre las 5 de la tarde, ir a una oficina a hacer prácticas a una oficina. El pequeño suele regresar a casa sobre las 6, en el autobús esta vez y se va a “hacer los deberes”.

En ese rato suelo hacer más tareas de casa, como planchar, barrer, coser… hasta las 8 más o menos, hora en la que suele llegar mi marido a casa con un beso y un “Hola, cariño, ¿qué tal el día?”.

Los dos juntos  nos ponemos a preparar la cena, mientras me cuenta qué tal le ha ido el día a él (tras un breve comentario por mi parte de lo poco que ha cambiado en mi día a día).

Cenamos los tres juntos, viendo algún programa en la televisión que haya a esas horas y damos las buenas noches al pequeño, que regresa para “seguir haciendo deberes”. Nosotros nos vamos a nuestro dormitorio y continuamos viendo la tele (o alguna serie que tengamos por ahí pendiente), hasta las 23 o así, que es la hora en la que suele venir el mayor, que entra en el cuarto a saludarnos, a darnos dos besos y las buenas noches. Él se va a cenar (si no ha cenado ya con los compañeros) y nosotros a dormir.

Hasta la mañana siguiente, que se repite en un mismo orden de monotonía.