lunes, 27 de julio de 2015

Caballero.

Ni el más miserable de los cobardes se atrevería a mover cualquiera de sus músculos para escapara de aquella escena. Ni siquiera, alguien ruin se atrevería a quebrantar semejante silencio, que demostraba la talla de los allí presentes.

El sigilo de los presentes, todos ellos, contribuían a una nota de dolor secreto. El susurro de la naturaleza era lo único que podía hacerse escuchar sin ser sometido a juicio.

A menudo el tiempo es caprichoso. Parece que corre de formas distintas. Y la gravedad del tiempo que corría en esos instantes se hacía notar, casi palpable ante las manos de aquellos hombres que permanecían inmóviles ante tal escena.

Cualquiera que hubiera pasado en la mitad de aquel momento tan glorioso, no habría entendido aquellos gestos de honra, humildad y a la vez valía. No habría podido, por menos, que esperar que aquellos hombres diesen alguna respuesta a que aún seguían vivos. Pero ninguno de los presentes, por mucho que hubiera pasado en la mitad de aquel momento tan glorioso un cualquiera, se hubieran movido para explicarle el por qué lo hacían.

Y de repente, del mismo modo que hace unos instantes el silencio era lo único que podía reinar el lugar, una voz se alzó sobre todas las demás. Una canción cobró vida propia de entre dos labios, que se movían sin conciencia de hacerlo.

Del mismo modo que anteriormente aquel estado de quietud conmovía a todo aquel que, con o sin vergüenza, hubiera pretendido moverse, ahora era aquel canto, al que se le sumaban más y más voces, como quien quiere dejar correr el tiempo y olvidar, recordando (al mismo tiempo) que estamos aquí por el destino que hemos de cumplir y, que una vez cumplido, sólo nos espera una cosa.

La muerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu trovada