martes, 1 de octubre de 2019

Lugares

No se lo puede creer, otra vez en el mismo lugar. Y su cara, verdaderamente, puede describirse como de asombro.
En realidad, no es que sea un mal lugar; al revés. Es un lugar estupendo: un clima estable, sin muchas precipitaciones, teniendo suficientes cosas que hacer para no aburrirse un sábado por la tarde, conversaciones medianamente entretenidas y, en definitiva, todo lo que se puede pedir de un lugar. 
No, el problema no es del lugar. El problema, sin duda alguna, es ella.
El hastío profundo procede de ella; al igual que ese largo suspiro.
Pero... ¿qué le ha pasado? Hace algún tiempo estaba enamorada de aquel sitio, sin querer marcharse, sin querer moverse. Le fascinaba todo lo que sucedía y empezaba los días con tremenda emociónen en el cuerpo. ¿Qué ha pasado? En realidad, no tiene mucho sentido nada de esto. Ni siquiera tiene claro si ha sido de manera progresiva, amanecer tras amanecer, o por el contrario, ha sucedido de repente, en el transcurso de un segundo (y un click en su cabeza).
Eso, en definitiva, da igual; seamos sinceros. El resultado es el mismo: se ha cansado. Ya no le gusta vivir ahí. No le aporta nada.
De lo que sí, no hay duda, es que ahora se le plantea una nueva situación: ¿se va? ¿se queda?
Hay un refrán, que ella jamás entenderá, que dice algo así como "Más vale malo conocido que bueno por conocer". Si toma aquella estúpida frase como referencia, vale mucho más la pena quedarse en ese lugar que buscar uno nuevo, ante el temor de equivocarse. Está claro, está decidido. Puede respirar tranquila.
Pero... pero por otro lado... ¿y eso de levantarse todos los días hastiada de este lugar? ¿Terminar odiándolo en lugar de simplemente estar aburrida? ¿No es más difícil esa situación? ¿No es acaso más negativa?
Es duro pensar en que llegará un punto en el que ni siquiera será capaz de recordar su propio hogar, que todo lo que le había sido familiar y hermoso alguna vez, en lugar de recordarlo como ahora, con evocada tristeza y cierta nostalgia, lo reproduzca en su mente con ira.
Entonces, sin duda, mejor partir. Ahora sí, decidido. El petate hecho. Partir. ¿Pero a dónde? ¿Donde encontrará ese clima tan estable? ¿Dónde tendrá algo que hacer un sábado por la tarde al aburrirse? ¿Quén le dará conversación, que aunque típica o medianamente entretenida, al menos están aseguradas de falta de silencios incómodos? En definitiva, dónde va a poder encontrar un lugar tan fantástico.

Se levanta de la cama, un poco más despejada y reconociendo que su problema tiene diferentes dimensiones que abordar para considerarlo de forma adecuada. Se cepilla los dientes, se lava la cara, se peina y echa un vistazo al espejo.
Ella tampoco es la misma chica que llegó por primera vez a ese lugar. Y tampoco sabría decir qué es lo que ha cambiado exactamente en ella, ni si ha sido día tras día o de repente, en un segundo. Quizás, en realidad, el único problema que hay es ese: ella ya no es ella y por tanto, ese lugar no es el suyo.
Sale a dar una vuelta, sólo para despejarse. No encuentra respuesta, pero decide quedarse un día más. Quizás el lugar vuelva a enamorarla, o quizás ella cambie de nuevo y el lugar vuelva a ser para ella o cambie tanto, que ella ya no tenga lugar y deba marcharse a encontrar el suyo.

Pero eso se decide mañana.