jueves, 10 de septiembre de 2015

Y se puede aplicar a todo.

-Lo primero que hay que tirar es esa mariconada de la pared. Y luego, esta mariconada de manta.
-¡Eh! ¿Qué le acabas de llamar?
-No, no. No le he llamado nada. Me refería a la manta.
-Le estás insultando con esa palabra.
+Tranquilo papá, no estoy ofendido.
-Porque tienes 16 y aún piensas bien de los demás. En unos años verás el odio que hay en las personas. Incluso en las mejores.¿Dices negrata?
-Claro que no.
-¿Y subnormal? A esa chica de los animadores... ¿le dices que es subnormal?
-¿A Becky? ¡No! Es mi amiga. Tiene Síndrome de Down. Sería cruel.
-¿Y te parece bien venir a mi casa y decir maricón?
-Pero no me refería a...
-Sé a lo que te referías. ¿Crees que yo no usé esa palabra a tu edad? Si un chico flojeaba en el equipo, decíamos "déjate de mariconadas; espabila". Nos referíamos a lo mismo que tú te refieres: que ser gay está mal, que es una ofensa para todos. Creí que eras diferente. Creí que al estar en el Glee Club y al tener esa madre, pertenecías a una nueva generación de tios que lo ve de otra forma, que habías llegado al mundo sabiendo cosas que a mí me ha costado muchos años aprender. Estaba equivocado.

El que defiende al débil, al marginado, al impedido, se merece las alabanzas del mundo entero.

Algún día, los discursos como este se habrán olvidado y ya no serán necesarios, porque lo único que habrá en el mundo serán personas.

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