viernes, 11 de septiembre de 2015

Por fin te descubro (de 2009)

Comentario previo de la Señora Ex-Carmen(A)tada.


En mi juventud, siempre me he considerado una romántica. Digo en mi juventud, no porque ahora no sea capaz de escribir estas cosas, sino porque ahora ya no me las creo tanto. Sin embargo, mi adolescencia era un conjunto de sueños de un príncipe azul sacándome de clase para decirme cuánto me amaba por quien era, no por cómo era. Ya veis qué original.

Lo más  curioso, es que casi nunca hablaba de "amor", sino más del componente sexual. Debe ser que las hormonas me pasaban factura ¿o qué?

Anunciar, por último, pero no por ello menos importante, que ésta es mi primera historia erótica (que yo recuerde). No está nada mal se la miras como "la primera".

Por fin te descubro.

-Te he dicho que me dejes en paz, que yo hago con mi cuerpo lo que me da la gana. En serio, ¡déjame en paz de una vez! - le doy un empujón y continúo subiendo las escaleras.

-No sabes lo que haces - me contesta, aún siguiéndome con terquedad. ¡Dios! Qué escaleras más largas.

-¡¿Y cómo sabes eso?! - me doy la vuelta con brusquedad y le planto cara, bajando las pocas escaleras que nos distancian. Serena por fuera. Furiosa por dentro. Quiero acabar con él. Acabar con todo ello.

Es tan alto que aún ahora, cuando yo estoy un escalón por encima de él, sus ojos quedan a la altura de los míos, cruzándose en una mirada chispeante de ira que grita más que nuestras voces. No sé en qué momento hemos llegado a esta situación y sin embargo, todo tiene sentido en mi cabeza. Es una sensación demasiado contradictoria.

-Lo sé porque te conozco mejor que ese gilipollas - mueve las manos como si señalase a alguien en algún rincón. A alguien que no está presente -. Al menos te conozco en tu forma de pensar y de sentir, de querer, de desear, de soñar...

De pronto, pierde toda la rabia de su mirada. Me lanza una mirada, tímida, de arriba a abajo. Como si leyese un alma que conoce demasiado bien y al mismo tiempo, como si no conociese a quien tiene delante. Por segunda vez: una sensación demasiado contradictoria.

Tiene razón. Lleva conmigo toda la vida. Ha soportado todos mis amoríos, mis novios y mis ligues. Aún cuando él, está enamorado de mi. Sé que puede sonar cruel, pero no quería que se fuese nunca de mi lado y supongo que por eso nunca he dejado que se declarase. No es que le robase esperanzas, es que si no las tenía... nunca daría ese paso y así yo jamás me arriesgaría a perderlo. Siempre ha estado ahí, con una sonrisa. Sin embargo, éste último, no sé por qué, se le ha atragantado de lleno.

Estamos los dos en uno de esos silencios incómodos que a nadie le gustan. Veo cómo agacha la cabeza. ¿Avergonzado? Quizás es que se ha cansado y que ya no aguanta más. De repente, oigo como algo se parte dentro de mi pecho, como si me contagiase su tristeza. Y no lo entiendo, porque siempre he deseado que él no me amase para no hacerle daño.

-¿Qué te ofrece él que no pueda ofrecerte yo? - me pregunta desde el escalón de abajo, todavía sin mirarme. Y ahora me doy cuenta de que lo que le hace agachar la cabeza es el orgullo.

-Él me ofrece más cosas que tú no podrías... que tú no sabrías... - no se me ocurre una excusa factible, mas que siempre he querido que él estuviera ahí y si todo salía mal entre nosotros, jamás le tendría.

Sube el peldaño que nos separa y me aprisiona entre la pared y su cuerpo. Se acerca a mí, guiado por un extraño brillo en su mirada que me inquieta y que a la vez me atrae de una manera innegable. Siento todo el calor en mi pecho, de confianza, de paz, de tranquilidad. Y sin embargo, mi pulso es el mismo que si hubiese corrido una maratón y me faltan pulmones para conseguir tanto aire. La tercera vez: la contradicción.

-Apuesto a que él no te acaricia como lo hago yo.

Nada más decir esto, levanta un dedo y lleva hasta mi mejilla, donde se unen los demás dedos, en una cadena que espero que no acabe jamás. Deja un surco de llamas por donde pasa, como si fuese la primera vez que sus manos me acariciasen. Cierro los ojos. No me atrevo a mover ni un músculo.

Igual esto es sólo un sueño y en cuanto abra los ojos, desaparecerá y él ya no estará a mi lado. Ni su mano acariciando mi mejilla. No quiero moverme. No quiero que el sueño acabe.

Le da la vuelta a la mano y como el engranaje de un reloj, levanto mi cuello, para que la caricia pueda descender de la forma más natural que ha existido nunca. Coloca su otra mano sobre mi otra mejilla, como el preludio de un gran abrazo, en el que primero participa de forma tímida. Y de nuevo, sus dedos dejan surcos de llamas.

Cedo al deseo de su amor, al deseo de que me pruebe que él puede más.

Y sus manos ya recorren mi pecho. Sin que yo me haya dado cuenta de ello y habiendo aprendido el recorrido de ellas al mismo tiempo. Pero parecen no estar saciadas y se deslizan a mi espalda, lo que obliga a que él se acerque un poco más a mí. Un poco más cerca de lo que estaba antes. La recorre sin cesar y cuando ya no llegan sus manos más abajo, se agacha, continuando delicadamente, oliendo mi piel, hasta que termina en mis tobillos.

Un escalofrío, seguido de un suave gemido que no me atrevo a gritar en voz alta, sacude todo mi cuerpo. Pero él no se detiene ahí. Se ha decidido. Lo sé. Lo conozco. Tras una ligera pausa, en la que sé que ha sonreído, comienza a subir. Y yo no puedo más que volver a suspirar, quedándome muy quieta y con los ojos aún cerrados. No vaya a ser que el sueño acabe.

La eterna caricia termina y el telón cae. El sueño se acaba y despierto. Abro los ojos y ahí está él. Más cerca que nunca. Y la melancolía de sus ojos me hace cerrar los míos de nuevo.

-¿Lo hace así?

-No.

Eso es todo lo que puedo decir. Sus dedos aún permanecen en mi mente, como ascuas quizás, pero ardientes al fin y al cabo. No puedo pensar con claridad.

-Apuesto a que él no te mira como si fueses la chica más hermosa del mundo entero, la más especial, única...

Lo peor de todo es que tiene razón. Y no sé qué me hace más daño. Haber desperdiciado mi tiempo con alguien que no me aprecia o habérselo hecho desperdiciar a él, por haberme querido todos estos años sin decir una sola palabra.

-No.

Abro los ojos y me encuentro, de nuevo, con su mirada. Como si me quedase otra opción que no fuese aquella. Me estremezco de nuevo al darme cuenta del significado de su brillo: rabia, pasión, dolor, amor. Hay algo en esos ojos que me excita. Quizás el miedo que percibo detrás de la seguridad con la que me mira; ese miedo a no conseguir lo que se propone, en perder lo que más desea en este mundo.

Cada segundo que pasa es como un eterno tiempo. Son consciente de todo con total claridad y sin embargo, parece que no me entero de nada y que todo lo que analizo es sustituido por lo siguiente. Una de esas situaciones que sabes que se quedarán marcadas, pero en el momento no puedes recordarlas. Sólo tengo sentidos para él.

Percibo su olor. No es una colonia y sin embargo, es el más dulce y embriagador de los aromas: a calor. Su cuerpo, que ahora permanece en tensión, me atrae de una manera indescriptible. Su piel, tapada por esa camiseta negra y esos vaqueros... Nunca le había deseado tanto. Quizás porque hasta hoy, no le había visto como lo hago ahora.

-Apuesto a que él no se detiene a oler tu cuello, o tu pelo, ni nota tu piel tan suave, apuesto a que no se preocupa si te ve los ojos vidriosos, ni se sabe tu canción favorita - sigue intentando convencerme de algo de lo que yo ya estoy segura. Pero quiere demostrar que él ha estado siempre ahí.

No me concede tiempo para contestar. Quizás ya no necesite oír ninguna respuesta más. Quizás haya leído en mi mirada la respuesta.

Se acerca a mi mejilla y la besa con suavidad, sólo para luego, sin despegar los labios, bajar hasta mi cuello. Le dejo actuar. No quiero que se rompa la magia que ha provocado que se abalance sobre mí. No quiero que nada de esto acabe.

Me huele el pelo, como si fuera lo más maravilloso que ha respirado en este mundo. Luego, lo retira, despacio, dejando que me acaricien de nuevo sus dedos, como en un afortunado accidente. Besa mi cuello, lo muerde sin destrozar mi piel. Sus labios van desde arriba hasta abajo. No se detiene cuando mi camisa se lo impide. Me desabrocha los dos primeros botones, alejándose un poco de mi.

Sin quererlo, rompo mi tranquilidad y temiendo que se vaya, paso mis dedos por detrás de su cuello, aferrándole junto a mí, impidiendo que se vaya o que pueda alejarse más, porque no quiero dejar de notar su respiración, que se agita ante mi descuido.

Pone los labios donde el contacto ha terminado unos segundos antes, como si tuviera una marca en el pecho que hubiera que cubrir. Sigue bajando. No necesito detenerle, porque mi cuerpo no responde a órdenes contradictorias.

Separa de nuevo sus labios de mi piel, alejándose de mi; más lejos aún que antes. Y la fuerza que hago no es suficiente para detenerle. Una vez más, nuestras miradas vuelven a cruzarse.

-Apuesto a que él no te besa como lo voy a hacer yo ahora mismo.

De nuevo, no necesita de mi respuesta para llevar a cabo su afirmación. Sus labios chocan con los míos. Mi corazón da un vuelco. Son los labios más maravillosos que he besado. Al principio, surge como una caricia: delicado y dulce. Pero poco a poco, como los tsunamis, va cogiendo fuerza y crece y crece, hasta que ya no queda nada de cariño y todo se convierte en deseo.

Parecemos uno solo. Sus movimientos guían los mismos. Mis movimientos, guían los suyos. Seguimos en el mismo peldaño de la escalera donde yo me he detenido a plantarle cara. Un recuerdo que ahora parece muy lejano. Bien podrían poner ahí una tumba, porque no me importaría morir en este mismo momento.

Su cuerpo, cada vez se acerca más al mío. Como si eso fuera posible. Hasta que al final, ya no queda ni un ápice de aire entre nosotros dos.

Mis manos enredadas en su pelo, permanecen en un nudo que espero que no se suelte jamás, aferrándome a él por temor a que ahora que por fin le conozco, decida desaparecer, que no le merezca la pena recompensa a tanta espera. Mis manos están quietas. Sin embargo, las suyas recorren mi cuerpo entero. Parece querer memorizarse mis curvas. También quizá por miedo a que yo despierte y vuelva a ser la misma de antes.

Mi respiración se agita aún más cuando, tras haberme agarrado por las piernas, me levanta hasta situarme encima de su cadera. Mis piernas, en un acto de pasión, se han aferrado, como mis manos, entorno a él, evitando de esta manera que pueda escapar de mí.

No sé si él es capaz de respirar, pero a mi me cuesta. No sé si él es consciente del rato que llevamos juntos, entrelazados en las escaleras. Yo he perdido el sentido del tiempo y me alegro infinitamente.

Como guiado por mis pensamientos, comienza a subir de nuevo las escaleras, mientras yo, sigo enredada a él, besándole, recogiendo todo lo que él me entrega: aquel deseo ciego, que sólo hoy, después de muchos años, se a atrevido a mostrar y que yo me he olvidado de negar.

Llegamos a mi piso. Menos mal que ya hace tiempo que no cierro la puerta con llave. Eso habría supuesto separarnos y retrasar las cosas.

Nos caemos en la cama. Su cuerpo está sobre el mío, pero por una extraña razón, no noto su peso en absoluto. La falta de aire de mis pulmones es provocada por sus besos, sus caricias.

Comienza a quitarme la ropa, desabrochando los botones de mi camisa que aún le quedan por desabrochar, mientras yo, hago lo mismo con su ropa. Rápidamente, él, tras haber pasado sus labios por toda mi piel, ahora desnuda, pasa al botón de mi falda, mientras yo, le suelto el último botón de su pantalón.

-Apuesto a que él nunca te ha deseado tanto como yo.

Y termina entregándome todo lo que mi cuerpo desea: a él por entero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu trovada