miércoles, 8 de noviembre de 2017

Madurez.

     -Será que estoy demasiado mayor para estas cosas - dijo mientras se sentaba en el taburete, a la par que dejaba su viejo gorro sobre la acuchillada madera de la barra -. Será que ya no veo el mundo como debería verlo.
     Hizo un gesto al ya conocido camarero, levantando dos de sus dedos a modo de "apúntamelo en la cuenta". Al momento, aparecieron dos vasos de whisky con hielo. Quizás no era el mejor whisky del mundo, pero suficiente para ahogar los pensamientos en una bruma de calma. ¿Calma u olvido?
     -Quizás ya he perdido esa inocencia que todos deberíamos conservar - levantó el vaso con tristeza y comenzó su olvido.
     -¿A qué te refieres, Tony? - su voz era algo que jamás había podido describir. Le producía un profundo dolor en el pecho que siempre le aliviaba. Después de todo, ella seguía ahí para él, ¿no? En eso se consolaba. Una promesa que no se había roto ni con los años.
     -No sé exactamente a qué me refiero, María - pronunciar su nombre también le atravesaba el pecho, de un modo igual de contradictorio, como el escalofrío que esperas que llegue y cuando llega, sólo duele -. Quizás a que si hecho la vista atrás, ya no tengo ganas de continuar hacia delante. Me quedaría atascado en un punto, en un solo recuerdo, bueno o malo. No quiero más experiencias.
     Sacó su pitillera y le ofreció un cigarro a la mujer, aún a sabiendas de que se lo rechazaría, la conocía bien. Se encogió de hombros, como hacía siempre hacía, y lo encendió.
     -No puedes decir eso - su voz era seria, preocupada. Como siempre había estado por él.
     -¿Por qué no? Fíjate, ¿qué he conseguido en la vida? ¿Qué méritos he acumulado? ¿Cuantas de las cosas que me propuse han surgido?
     -No digas eso, por favor - en el fondo, ella comprendía que la mayoría de las cosas que habían sucedido en la vida de Tony (o las que no habían sucedido) eran por su culpa. Y eso, aún desgarraba más el corazón a nuestro hombre, y al mismo modo, le reconfortaba que ella sufriese. Era como una pequeña venganza en la que él poco tenía que decir.
     -Ni familia, ni amigos, ni trabajo. Nada de lo que he conseguido alguna vez ha sido estable, querida. Todo se ha terminado desvaneciendo, como el whisky de este maldito vaso - hizo un gesto al camarero para que rellenase su copa -. Cuando eres niño se esfuerzan por hacerte creer que la vida ofrece recompensas, que todo tiene un para qué y un por qué, que hay que intentar escalar la montaña, subir a lo más alto que puedas hasta que te falte el oxígeno y que así tus pulmones se podrán acostumbrar - se terminó el whisky de un solo trago e hizo gesto camarero para que rellenase su copa, de nuevo -. Pero no es así.
     -Tony, yo... - a María le tembló levemente la voz. Eso le hizo sonreír al hombre.
     -No te disculpes. Tu lección fue una de las primeras que aprendí y me conformé cuando tendría que haber luchado. Quizás ahora todo sería distinto. Pero, ¿sabes qué? Te agradezco todo tanto que no podría culparte más de lo que me culpo yo por ello.
     -Tony...
    -A lo que voy es que en la vida, siempre estamos solos. Por mucho que encontremos todo aquello que estábamos esperando, por mucho que intentemos hacer que todo vaya bien, que disimulemos que no hay problemas, que tenemos amigos que nos cuidan que tenemos una familia que nos esperará en casa... Es una fantasía. A la hora de la verdad, estamos solos - volvió a beberse su tercer vaso de trago y repitió el gesto anterior al camarero, que distraído, limpiaba con esmero todo lo que encontraba en su paso, para no intervenir en una conversación privada.
     Hubo un gran silencio. Uno de esos en los que no te atreves a respirar por si cortas algún hilo de pensamiento, de esos en los que se te encoge el alma porque intentas mirar tan dentro de ti que te pierdes.
     -No quiero que te sientas mal, mujer - se disculpó al ver el efecto que sus palabras habían tomado -, si algo tengo que agradecer es que no me hayas abandonado, aunque realmente esté solo.
      -No puedo dejarte, Tony.
     -Lo sé. Pero tampoco puedes estar conmigo, ¿me equivoco? - como respuesta, obtuvo un largo trago de whisky, uno de esos que una mujer no debería dar. Tony terminó pidiéndole la botella al camarero.
     -No voy a irme nunca - terminó por contestar María -. Siento que te lo debo.
     -Tú no me debes nada, igual que yo tampoco a ti. Las personas no son propiedades, por eso no se puede pedir fidelidad eterna. Todos tenemos nuestro propio mundo, nuestras propias intenciones y nuestra forma de ver el mundo. No supe luchar por tí y otro ganó la batalla, porque nunca fuiste mía.
     -Quizás un perro - María sonrió, recordando a su pequeño y fiel amigo.
     -Quizás un perro solucionaría mis problemas, sí.
     Y volvió a rellenarse una vez más la copa.
     La conversación terminó con una triste sonrisa por parte de ambos. Quién sabe lo que les depararía el futuro, el último trago, o si tendrían ganas de continuar.

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