miércoles, 16 de marzo de 2016

Soy tan poca cosa... (de 2009)

Comentario previo de la Señora Ex-Carmen(A)tada.

Lo cierto es que generalmente, siempre que leo (o reescribo en este blog) alguna de mis viejas entradas, siempre me sorprende la transición que he tenido.

No sólo me estoy refiriendo a la literaria, a una forma de narrar y contar las cosas (que sin duda, bajo mi punto de vista, ha mejorado notablemente), sino también a mi propia persona.

Para ponernos en situación, yo en el 2009 tenía unos tiernos 16. Era una adolescente. Y lamento comunicar, que a pesar de lo que soy ahora, era una adolescente corriente. Tenía mis preocupaciones de adolescente, mis problemas de adolescente, mis sueños de adolescente... ¿Veis la línea que quiero seguir?

Al leer esta entrada, me doy cuenta de lo idiota que fui. Pero tengo suerte. Tras los años que han pasado, he comprendido un montón de cosas y me siento muy lejos de esa chica de discoteca.

Y cuando echo la mirada atrás, lo cierto es que si pudiera, me daría un par de bofetadas.

Lo que narro a continuación, no pasó tal cual. No fue tan novelesco, pero sí fue algo muy similar y sí hubo un chico que se dio cuenta de que yo no era yo y de que no merecía la pena en las circunstancias en las que me encontraba. Podría darle las gracias, si los motivos de aquel chico hubiesen sido reales y no puramente físicos.

Esta fue una de las situaciones que me hizo mejorar un poco: ser yo, sin importar que eso sea bueno o malo. Mejor ser auténtico que una copia.

Soy tan poca cosa...

Me miro en el espejo y no veo más que un reflejo de lo que intento ser. Mi cara no tiene rostro, simplemente porque intento ser alguien que nunca llegaré a ser.

Me junto con personas equivocadas muchas veces sólo para pretender ser como ellas. Me fijo en sus gustos, sus palabras, sus movimientos... No les encuentro nada de especial, pero aún así... intento imitarlas por temor a que nadie me vea.

Pero la cuestión es que simple y llanamente, nunca consigo imitar, realizar. Sólo consigo una burda imitación de lo que tendría que haber sido un gran paso maestro. Como ver a un elefante intentando bailar el cascanueces de ballet. Sólo posible en Fantasía. Torpe y ridículo en la realidad.

Continúo mirándome al espejo, recordando a la perfección y con total nitidez, mi último choque contra el gran muro de la vida, el que me ha hecho darme cuenta de que... soy muy poca cosa.


Un sábado tarde con mis amigas. Una discoteca. Un buen peinado y la camiseta más sexy del armario. Éramos tres. Sólo tres. Y las tres solas. Sin acompañante.
Las tres dispuestas a comernos el mundo... Sin embargo, nerviosas. Maquilladas y pintadas, pero nerviosas. Entramos en la neblina de la discoteca. En ese momento crees que es el paraíso. Y así estábamos mis dos amigas y yo: ellas bailando, yo intentando copiar sus movimientos... sin conseguirlo, claro.
Había tres chicos que no nos quitaban el ojo de encima. Curioseaban, señalaban, sonreían... Parecía que no terminaban de decidirse. Pero sólo necesitaron un gesto con la mano de una de mis amigas para que cambiasen de opinión y los tres se acercaron a nosotras.
Eran guapos, altos... (todo lo que una chica de 16 años puede desear a la hora de ligar con un tío). Nos presentamos, nos dimos los números de teléfono y los correos electrónicos, nos invitaron a tomar algo y luego, seguimos bailando. Eran un par de años mayores.
Yo llamé a mis amigas durante un momento y les avisé de que iba siendo hora de que se lanzasen... o tendríamos que hacerlo nosotras mismas. Estuvimos de acuerdo.
Pero... pareció que me leyeron el pensamiento. Cada uno de los chicos se fue con una de nosotras... dos de ellos no tardaron en pedirle a mis amigas que si se querían liar con ellos. Mis amigas aceptaron. Después de todo... era a lo que habíamos venido.
Se retiraron un poco... dejando libre la pista de baile. El chico que estaba conmigo y yo, seguimos ahí, él bailando y yo intentando imitar un baile, el que fuese. Me acerqué a su oreja... en ese momento me iba el corazón a cien por hora... ya sabía que no me iba a atrever a preguntarle nada, así que hice un plan B (el de huída).
-¿Y si nos sentamos un rato? Me duelen los pies de tanto bailar - risita.
El chico se encogió de hombros. Cualquiera que haya estado en una discoteca (o en un concierto) debe saber que hay que hablar lo menos posible.
Nos retiramos y nos sentamos en el borde del escenario y no nos dijimos nada. Había que pensar en una conversación... pero estaba sola. No podía imitar a nadie. Las palabras iban a tener que ser mías. Estás perdida. Sólo podía pensar en eso, pero, por fin se me ocurrió una pregunta.
-Oye - llamé la atención del chico -... ¿Tienes novia o algo?
Se quedó pensando ¿Estaría tratando de recordar si tenía novia? ¿Estaría pensando cómo darme esquinazo?...
-No tengo novia ¿Por qué lo preguntas? - me encogí de hombros sin saber qué contestar - Y... antes de que me preguntes, no, tampoco estoy enamorado. He venido aquí a ligarme a una chica.
Me quedé asombradísima. Estaba alucinando. No sabía por dónde coger esa frase... ¿Indirecta? ¿Qué quería? ¿Que me fuese? ¿Que me quedase?...
Lamentablemente, lo cogí por el lado equivocado. Me incliné para besarle... pero me apartó enseguida, dejando bastante claro que no quería tener nada que ver conmigo. Se puso de pie, se acercó a mi mejilla, me dio un beso y me dijo tranquilamente al oído:
-No te lo tomes a mal, pero... eres tan poca cosa... - y sin más, se fue.

Y aquí estoy ahora. Mirándome al espejo. Buscando la que debería ser yo... en vez de la cara sin rostro que intento ser. Pero es que yo sola, soy tan poca cosa...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu trovada