Miradas.
Cruzaron sus caminos. Su interés, el de nuestra pequeña y tierna Afrodita[1]: jugosa. Ares[2]: serena mirada; poderoso; embaucador; destructor. Primavera[3]. Cantan maravillas. Pájaros en la cabeza y mariposas en el estómago.
La rosa perfilando sus labios, con un motivo provocador en un dulce toque meloso; los ojos verdes. Hechizantes[4]. Imaginación ostentosa y pervertida. Rozando la locura. Un gemido aún por comprobar. ¿Sonará como el resto? “Saboréala”. Y la apuesta es aceptada.
En la esquina de aquel lugar sin nombre, Afrodita soltó su Paloma Desquiciada[5], queriendo abarcarlo todo y nada. Quería sentir el cuerpo caliente de Ares.
Ahora. “Susurra”.
[1] AFRODITA: Diosa Griega de la Belleza y la Sexualidad. Elegida como la protagonista de la historia por la dualidad que puede presentar el concepto “Amor”: romántico o carnal al mismo tiempo. La evolución del personaje y de la misma característica del amor, se hace notar a lo largo de toda la historia, intentando reafirmar la separación entre el cariño y la pasión.
[2] ARES: Dios Griego de la Guerra. La discordia de la batalla crea su similitud entre los sentimientos que el personaje provoca en las mujeres, que aparecen a lo largo de toda la narración. Al mismo modo, le hace ser efecto (al igual que causa) de sus propios engaños, saliendo escarmentado (o cuando menos, escaldado) de la guerra.
[3] PRIMAVERA: Es en este momento cuando ambos personajes se conocen. Para Afrodita simboliza el descubrimiento de algo nuevo, el amor, puesto que “La primavera la sangre altera”; mientras que para Ares es la continuación del ciclo natural de las estaciones, un juego, con una mujer distinta.
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