Y la Imaginación se fue. Como tantas otras veces en mi vida.
¡Maldita escurridiza! Siempre viene cuando no la llamas y cuando te acostumbras a su presencia, decide que es el momento de marcharse.

Aunque, ahora que lo pienso, quizás si no fuera tan esquiva, las veces que viniera a visitarme yo no me emocionaría tanto, ni me temblarían los dedos del modo que lo hacen cuando cojo el bolígrafo para grabar mis palabras. Igual sería incapaz de apreciar su presencia.
Y entonces ¿de qué la querría?
Me duele profundamente en el alma que un artista no pueda componer cuando le viene en gana, sino que tenga que ser la gana quien le venga.
Me duele en el alma, pues mil y una veces he intentado llevar mi literatura al público por medio de concursos e infinidad de artimañas, que al final, de nada han servido y de nada seguirán sirviendo.
Porque ella decide desaparecer siempre en el mejor momento, porque se va cuando la busco y sólo la encuentro cuando ya es demasiado tarde, cuando no hay qué hacer.
Quizás es el castigo que tengamos que pagar los que como yo, cometen el error de autodenominarse artistas, cuando aquello sólo es capaz de juzgarlo el tiempo y los sentimientos que promuevan nuestras artes.
Puede que me encomiende a Pavlov con su campanita. Igual funciona y convierto a mi Musa en un sabueso. Pero entonces ¿para qué la querría ya?
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